
Por: Joyce Meyzán Caldas*
La pandemia de COVID-19 transformó la educación superior de manera irreversible. En cuestión de semanas, las universidades migraron a la virtualidad, estableciendo un nuevo paradigma donde la tecnología dejó de ser un complemento para convertirse en el núcleo de la experiencia académica. Hoy, tres años después, la educación transita entre la presencialidad tradicional y la virtualidad, consolidando modelos híbridos que ya no son una medida temporal, sino una apuesta estratégica.
Una transformación que va más allá de la tecnología
Esta evolución ha implicado cambios que trascienden lo técnico. Se han replanteado metodologías, roles docentes y perfiles estudiantiles. Según el World Economic Forum, el aprendizaje del futuro será más flexible, personalizado y centrado en el estudiante, con inteligencia artificial, realidad aumentada y virtual como tecnologías clave. Sin embargo, menos del 30% de universidades latinoamericanas están preparadas para integrarlas efectivamente, según la UNESCO. Esta cifra revela una verdad incómoda: la transformación digital requiere mucho más que conectividad; exige visión pedagógica, inversión sostenida y formación docente continua.
Ventajas y desafíos desde la experiencia
Como docente universitaria que ha dictado clases virtuales e híbridas, y como estudiante de posgrados online, he vivido de cerca tanto las oportunidades como las limitaciones de este modelo. Estudiar desde Huánuco me ha permitido aprender de expertos internacionales, acceder a bibliotecas digitales y adaptar mis horarios con autonomía. Sin embargo, también he experimentado el aislamiento, la falta de interacción espontánea con colegas y la dificultad de mantener la motivación en momentos de sobrecarga.
Las aulas virtuales han democratizado el acceso a la educación. Estudiantes que trabajan, cuidan hijos o viven en zonas alejadas ahora pueden continuar sus estudios sin renunciar a otras responsabilidades. Se diversifican las metodologías, se promueve la autonomía y se amplía el acceso al conocimiento.
Pero junto a estas oportunidades surgen desafíos urgentes. En la virtualidad, muchos estudiantes se desconectan emocionalmente, no socializan como lo harían presencialmente y dividen su atención entre la clase y múltiples distracciones. La autodisciplina se vuelve clave, aunque no todos los jóvenes logran desarrollarla efectivamente.
La brecha digital: un obstáculo estructural
A esto se suma una barrera crítica: la brecha digital. En regiones como Huánuco, el acceso a internet y dispositivos adecuados no está garantizado para todos, limitando no solo el aprendizaje, sino también las posibilidades de inclusión y equidad. Aunque las plataformas digitales ofrecen alternativas poderosas, ninguna reemplaza el vínculo humano, el debate en vivo ni la construcción colectiva del saber.
Presencialidad vs. virtualidad: encontrando el equilibrio
Considero que los estudiantes de pregrado —en etapas clave de desarrollo personal, académico y social— se benefician más de la presencialidad. El aula no es solo un espacio de transmisión de contenido; es un escenario para construir identidad, fortalecer habilidades interpersonales y forjar valores. La espontaneidad de una pregunta, la emoción compartida durante una exposición o el simple hecho de pertenecer a un grupo académico son vivencias que trascienden lo curricular.
Sin embargo, uno de los errores más comunes en la implementación del modelo híbrido es la falta de planificación. Cuando no se define claramente cuántas sesiones serán presenciales o virtuales, los estudiantes pierden el ritmo de aprendizaje y el sentido de continuidad. La modalidad híbrida no puede ser improvisada: requiere diseño, estructura y compromiso institucional.
Experiencias locales e internacionales
En el contexto local, la situación es diversa. En la UNHEVAL, el modelo híbrido se aplica solo en programas de posgrado, mientras que en pregrado se mantiene la presencialidad. En contraste, universidades como la UDH han apostado por la virtualidad en todos sus niveles, priorizando cobertura y flexibilidad.
A nivel internacional, universidades como Harvard, MIT o Stanford han adoptado modelos mixtos que combinan recursos digitales de última generación con experiencias presenciales enriquecedoras. Han desarrollado plataformas abiertas, programas de microcredenciales y tecnologías como inteligencia artificial para personalizar el aprendizaje. En Perú, instituciones como la PUCP, UNMSM y UPC han avanzado en esa dirección, aunque las desigualdades tecnológicas y geográficas siguen siendo un reto pendiente.
Hacia una educación integral
Pensadores como Manuel Castells y Martha Nussbaum advierten que el futuro de la educación no puede centrarse únicamente en la eficiencia tecnológica. La universidad debe formar también ciudadanos críticos, éticos y emocionalmente conscientes. La tecnología es una herramienta poderosa, pero no puede sustituir el enfoque humanista que debe sostener toda experiencia educativa.
La transformación digital no debe ser solo una reacción ante la crisis, sino una estrategia sostenible, inclusiva y pedagógicamente sólida. Como docente y estudiante, estoy convencida de que el verdadero desafío no es escoger entre lo presencial o lo virtual, sino diseñar experiencias híbridas con sentido.
El futuro de la educación ya está aquí, y educar será, cada vez más, un acto de creatividad, adaptabilidad y compromiso con la formación integral de las personas.
*Comunicadora, docente universitaria y periodista digital.
@joycemeyzn