Cuando el título no basta: desempleo en egresados universitarios

Por: Joyce Meyzán Caldas*

 

Observo con preocupación una realidad que afecta a miles de jóvenes que, tras años de esfuerzo y dedicación, ven cómo el título universitario no garantiza su inserción laboral. El desempleo en egresados universitarios es un fenómeno complejo, que va más allá de la simple falta de empleo, y que refleja profundas fallas estructurales tanto en el mercado laboral como en el sistema educativo.

La transición de la universidad al mundo profesional debería ser un puente hacia la realización personal y profesional. Sin embargo, para muchos egresados, este paso se convierte en un laberinto lleno de obstáculos. En Perú, por ejemplo, la tasa de desempleo para egresados universitarios alcanzó el 8.5 % en el primer trimestre de 2024, según datos del INEI. Esta cifra supera con creces el promedio general y evidencia un problema persistente que no se resuelve únicamente ampliando el acceso a la educación superior.

Una de las causas fundamentales de esta situación es el desajuste entre la formación académica y las demandas reales del mercado laboral. Según SUNEDU, más del 60 % de los recién egresados peruanos experimentan algún tipo de desajuste ocupacional, es decir, trabajan en puestos que no corresponden a su nivel o área de formación. Este fenómeno, conocido como “sobreeducación”, implica que muchos profesionales ocupan empleos para los que están sobrecalificados, lo que no solo afecta su desarrollo profesional, sino que también reduce sus ingresos y su satisfacción laboral.

Este desajuste no es exclusivo del Perú. A nivel internacional, la “crisis de habilidades” es una realidad que enfrentan muchos países donde la educación formal no logra adaptarse con rapidez a las transformaciones tecnológicas y económicas. Más del 55 % de los empleadores a nivel mundial reconocen esta brecha entre las competencias que buscan y las que poseen los jóvenes recién graduados (McKinsey & Company, 2021). En este contexto, la educación universitaria tradicional, centrada en la teoría y poco vinculada con la práctica, se vuelve insuficiente en un mundo que exige creatividad, adaptabilidad y habilidades digitales.

La falta de experiencia laboral es otro factor que dificulta la inserción de los egresados. Muchos jóvenes enfrentan un círculo vicioso: no consiguen empleo por falta de experiencia, pero no pueden adquirir experiencia sin un empleo previo. Las prácticas preprofesionales y pasantías, cuando existen, son una herramienta valiosa para romper este ciclo; sin embargo, en muchos casos son insuficientes, superficiales o poco significativas para el desarrollo real de habilidades laborales.

Además, las condiciones socioeconómicas y demográficas juegan un papel crucial. Los egresados provenientes de familias con menos recursos, de zonas rurales o con antecedentes indígenas enfrentan mayores dificultades para encontrar empleos acordes a su formación. La calidad y prestigio de la institución educativa también influyen notablemente: quienes estudian en universidades públicas tienen más probabilidades de desajuste laboral que quienes egresan de universidades privadas de prestigio o de las mejores casas de estudio del país.

Y si todo esto no bastara, hay un problema estructural que corroe silenciosamente las oportunidades: el direccionamiento laboral. No se trata solo de cuán preparado estás, sino de a quién conoces. Muchos procesos de selección, especialmente en el sector público, están marcados por el favoritismo o la manipulación política. Jóvenes brillantes, que han hecho méritos reales, quedan fuera porque las plazas ya tienen dueño antes de siquiera ser publicadas.

Comparando con otras realidades internacionales, países como Japón, Alemania o los Países Bajos muestran tasas de empleo para graduados universitarios superiores al 90 %, gracias a sistemas educativos y laborales que fomentan la vinculación entre academia y empresa, y a economías con sectores productivos sofisticados que demandan profesionales altamente calificados. En contraste, en el Perú y en muchos países de América Latina, la expansión de la educación superior no ha ido de la mano con una transformación productiva capaz de absorber a los egresados, generando un exceso de oferta en algunas áreas y escasez en otras.

He visto estudiantes llenos de entusiasmo y esperanza, pero sin una brújula clara sobre lo que el mundo laboral realmente exige. Jóvenes talentosos que terminan frustrados por no encontrar un lugar donde aportar. Y es que la universidad ya no puede limitarse a enseñar contenidos: tiene que formar seres humanos críticos, adaptables, empáticos, con visión ética, capaces de emprender e innovar. Debemos actualizar los planes de estudio, articularnos con el sector productivo, generar prácticas pre profesionales reales y acompañar a nuestros estudiantes en ese tránsito complejo hacia la vida profesional.

Frente a este panorama, urge un compromiso más firme y estructural. Las universidades deben dejar de ser fábricas de títulos y asumir su verdadero rol como formadoras de ciudadanos integrales, con pensamiento crítico, conciencia social y capacidad de insertarse en un mercado laboral cada vez más competitivo. Pero no basta con formar profesionales: también deben estudiar de forma permanente el comportamiento del mercado, identificar sus cambios, y proyectar con seriedad las necesidades reales de cada carrera, tanto a nivel regional como nacional e internacional. La oferta educativa no puede seguir expandiéndose sin rumbo. Es necesario que cada institución establezca metas claras, medibles y realistas sobre el destino probable de sus egresados, y que evalúe con honestidad en qué condiciones están insertándose en el mundo laboral. A la par, el Estado debe garantizar procesos de contratación transparentes, especialmente en el sector público, donde la meritocracia debe primar sobre el favoritismo o los vínculos políticos. Y es clave invertir desde la educación básica en orientación vocacional efectiva, dignificar la educación técnica, y fomentar el crecimiento de sectores emergentes que generen empleo de calidad. Solo así construiremos un sistema educativo coherente con la realidad de los jóvenes, y un país donde el título no sea una promesa vacía, sino el primer paso hacia un futuro digno.

 

*Comunicadora, docente universitaria y periodista digital. @joycemeyzn

Leer Anterior

Torneo de fútbol femenino en Huánuco inició con vibrantes encuentros

Leer Siguiente

Inauguran primeras etapas de la renovada Alameda Perú en la ciudad de Tingo María