
Por: John Cuéllar
Y LOS AMIGOS…
Al maestro Andrés Cloud, por sus consejos e infinita amistad.
A dónde huyeron aquellos
con quienes brindaba
en noches placenteras,
luego de ser testigos
furtivos
en ceremonias fúnebres
de la sociedad mezquina.
Dónde quedaron
esos seres
con quienes nos abrazábamos
en el solo lenguaje
de la incoherencia,
bebiendo
en la copa universal de la bohemia.
Acaso en esta noche
nadie timbrará,
siquiera para suponer
el ritual
donde dialogábamos esquivos
de espaldas,
burlándonos del destino.
Nadie llamará
siquiera para recordar
los versos que escribía,
extraviado,
cuando aún ingenuo
saludaba a la vida,
entrañablemente.
Dónde están
los santos de la noche,
quienes
con los vasos rebosantes,
sus miradas descubiertas
y sus juramentos encendidos
prometían hermandad.
Dónde los pocos,
los desterrados,
los que ya no acuden
a este teatro absurdo
donde en cada encuentro
relataban sus historias,
construían la historia.
Se envejece así,
recordando,
saboreando,
releyendo a los cuatro costados
una elegía absurda, la única,
la que no existe,
la que acaba en este verso.
INEXISTENCIA
Al escritor Samuel Cardich y a su esposa Georgina, por los tiempos departidos.
Aquí el mismo
luego de un funeral
el mío
muchos tal vez
sin día
ni vitalidad
con momentos quedos
con quedarmes
en retablos de duelos
donde monótonamente
los ecos
recuerdan
la mala pronunciación
prorrumpida alguna vez
amoldada
y sometida
a un juramento
adánico
entre inocencia
y llanto.
Aquí en silencio
en un suspiro
inmerecido
da igual
si puedo revivir o no
lo no realizado
en espirales platónicas
como una recreación
del olvido
del imaginario olvido
del inexistente recuerdo
reinventado por ese Dios
oculto
más allá del más allá
donde
la muerte ya no es
y donde el hombre
ni es imagen
ni recuerdo
ni él mismo.
Aquí aguardando
el tren que recorre
las noches posibles
y cruza
el desierto circular
de la negación
y el desafío
observando
mis penas
inmerecidas
y espectrales
y mis enfermizos
lamentos
en medio del frío
y del dolor
también posibles
nada más da
sino hurgar
mi propia inexistencia
en este segundo etéreo.
ANTROPOSOFÍA
Al narrador y amigo, Mario Malpartida, humildemente.
Cuando uno nace, nace,
ya en cuatro paredes de mármol
o en cuatro columnas de barro:
al fin y al cabo, es lo mismo.
Ser humano es caminar
con la piel y con el ensueño,
amar alguna vez
y tener el fruto real e imaginario.
Observar es ver lo inusual de la rutina,
de las caminatas, los gestos y las sonrisas de siempre:
es estar en un espacio
donde con seguridad permaneceremos solos.
Pensar y sentir es besar la muerte,
a cada instante, a cada paso:
es cruzar un territorio minado
donde seguramente tendremos bajas.
Nosotros vamos para allá, para todos lados,
en medio de fanfarrones nos mezclamos:
es nuestro destino habitar con ellos,
tenerlos presente y olvidarlos.
Nos consolamos en nuestra corta vida,
en el cansancio de la piel que ya no sonríe,
aunque la humanidad presente
nos brinde sus brazos placenteros.
Una vez muertos, en cuerpo o espíritu,
nos internan en una cárcel de mármol
o nos cubren de esencia física en un pozo;
así aguardamos, ansiosos, el volver a encontrarnos.
VASO DE CRISTAL
Al poeta Andrés Jara, hoy que me encuentro ausente.
Hoy me siento más gota que nunca,
he sido pulverizado por el aliento de mil voces:
mi mano ha sido maldecida,
el bolígrafo que ésta guiaba ha sido detestado
y mis simples minúsculas se destruyeron con miradas;
hasta yo mismo me he llegado a atormentar
con mis consejos de reflexión intrusa:
“¿Acaso soy el espíritu de un cuerpo de nadie?”.
Lamento todo,
me culpo por el sorbo,
por haber cogido del tintero
un poco de vida.
Me siento cucharilla recurrente:
un metal tan frío y sombrío,
que mi alma se muere por huir de mi cuerpo.
Siento risas de duendes burlones
quienes alejan de mí la vasija atesorada,
burlándose de mis fruslerías.
Mi sombra ya no refleja la forma de mi ser,
ella se ha convertido en una acosadora más.
Hoy me siento un extraño:
¡hasta en mi propio cuerpo me siento un intruso!
CERTEZA
A Teófilo Fernández, amigo y maestro universitario.
Creo que me ha dado lecciones mil, la tarde de tiempo muerto;
creo haberme dividido entre mis cuatro esencias y encontrado en ellas
sinsabores y alegrías,
furias y sosiegos,
soledad y compañía.
Creo haberme dado cuenta
de mi vida rutinaria:
de mi santo sin festejos,
de mi sangre sin venas,
de mi muerte sin cadáver.
Creo haber vivido
como hoja manuscrita,
como línea desgastada,
como rastro olvidado,
como esencia fantasiosa.
Creo haber sido yo, pero no:
yo no dejé estas huellas homicidas,
yo no creé este mundo infame,
yo no di el grito ciego,
yo no fui el del rostro ajeno.
Mas ahora que he vuelto,
ahora que miro por sobre los cristales no ajenos,
os digo que soy yo el que les habla:
el que un día tuvo que coger el lápiz con firmeza,
el que un día tuvo que vivir como debiera ser.
Sí, soy yo:
no sé si están mirando sueños que se entrecruzan
en esta hora, en este ambiente;
no sé si es vuestra imagen lo que mis ojos ven
o es sólo un recuerdo ya lejano que nunca vino a mí.