Atilio Minaya: entre letras y café, la vida de un educador que a los 70 enfrenta la niebla en su mirada

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

 

El periodismo cultural es una luz que ilumina el alma de los pueblos, y en su andar, permite descubrir a seres cuya existencia es un testimonio de lucha, amor y entrega. En mi trabajo periodístico, he conocido a muchos, pero pocos han dejado una huella tan profunda como el maestro Atilio Minaya Echiparra, un hombre cuyo nombre resuena con la fuerza del huayno y la ternura de una historia bien contada.

Nació en la tierra del río Huallaga, en Huánuco, un 20 de febrero de 1955, hijo de don Oscar Minaya Rojas y doña Laura Elvira Echiparra García. La vida lo forjó entre el amor de sus padres y la compañía de sus nueve hermanos: Alberto, Roberto, Doris, María y Ana. Sin embargo, la tragedia golpeó su hogar, arrancándole a sus hermanos Oscar, Juan y Luis Ernesto. Aquellas pérdidas, cicatrices imborrables en su alma, lo sumieron en un duelo que aún hoy lleva consigo. Como si el destino quisiera probar su fortaleza, la pandemia le arrebató también a su madre y a otro de sus hermanos, sumiendo su corazón en un océano de tristeza.

Su infancia transcurrió entre los muros del Centro Escolar de Varones, y su juventud floreció en la Gran Unidad Escolar «Leoncio Prado». Desde temprano sintió el llamado de la educación, decidiendo entregar su vida al magisterio en la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, donde se formó en Historia y Literatura, egresando en 1981. La enseñanza no era solo una profesión para él, sino una vocación irrenunciable.

Su otra pasión fue el fútbol. Los campos de Huánuco lo vieron brillar con la camiseta de equipos como Mariscal Sucre, Sporting Tabaco, Defensor Amarilis, Defensor La Esperanza y Municipal. En Pasco, donde ejerció como docente en el Centro Minero de Atacocha, defendió con gallardía los colores del Unión Minas de Atacocha y el Unión Talleres de Atacocha. Pero los años y el desgaste del esfuerzo físico pasaron factura: hoy, a sus 70 años, enfrenta el desgaste y el dolor en sus rodillas, herencia de los años en las canchas.

Su historia de amor con Amelia Sifuentes Barrueta comenzó en 1979, y juntos formaron una familia de valores inquebrantables. Tuvieron tres hijos: Grely, Liara y Franks, a quienes educaron con esmero, inculcándoles el amor por la cultura huanuqueña. Hoy, sus nietos Alejandra y Greiko son su mayor tesoro, su alegría, la prolongación de su legado.

El magisterio fue su hogar durante décadas. Inició su labor docente en el colegio Fiscalizado de Atacocha, donde dejó huella por doce años. En 1992, regresó a Huánuco, a su alma mater, la Gran Unidad Escolar «Leoncio Prado». Su entrega lo llevó a ocupar la coordinación de Tutoría y Actividades, guiando generaciones enteras hasta su cese en 2021, en plena pandemia, un tiempo de sombras que marcó su vida con profundo dolor.

Desde 1995, su pasión por la identidad huanuqueña lo llevó a la Dirección Regional de Educación, donde como especialista en Educación Secundaria, organizó, con éxito, la celebración del Día de la Canción Huanuqueña, acercando a docentes, estudiantes y familias a la riqueza musical de su tierra. Fue un defensor inquebrantable de la historia y las tradiciones de Huánuco.

Pero Atilio no solo dejó huella en la educación; también en el aroma inconfundible del café. En 1995, junto a su esposa, fundó «Café Minaya», un emprendimiento nacido del esfuerzo y la perseverancia, cuya fragancia evoca recuerdos y cuya esencia es un tributo al trabajo en familia. Su lema, «Vaya donde vaya, tome Café Minaya», no es solo un eslogan, sino una invitación a saborear la identidad de su tierra. En 2022, el negocio tomó un giro aún más ambicioso con su hija Grely y su esposa Amelia, recorriendo las fincas de Huánuco, Villa Rica y Jaén para ofrecer un café de calidad superior, tostado y molido con tecnología moderna, sin perder el toque artesanal que lo hace único. Hoy, su pequeña cafetería no solo es un refugio de aromas, sino también un templo de la memoria huanuqueña, donde las paredes cuentan historias y las fotografías de un Huánuco antaño hablan a quienes tienen el corazón dispuesto a escuchar.

Pero el destino, implacable, le impuso otra dura prueba en 2020: un derrame en la mácula, consecuencia de más de 45 años de lucha contra la diabetes, le arrebató la nitidez de la vista. La oscuridad amenazó con atraparlo en la desesperanza, pero su espíritu, inquebrantable, encontró en su familia, en su esposa, hijos y nietos, la luz que necesitaba para seguir adelante. Hoy, con la ayuda de la tecnología, continúa su lucha, aferrándose a la vida con la misma pasión de siempre.

Atilio Minaya Echiparra no es solo un docente jubilado, no es solo un comerciante de café. Es un guardián de la identidad huanuqueña, un hombre que ha convertido su vida en un homenaje a su tierra. A sus 70 años, sigue soñando, sigue construyendo, sigue sembrando cultura. Y en su mensaje final, nos deja una lección imborrable: en los colegios se debe difundir la historia de Huánuco, sus fechas memorables, su música ancestral. Porque un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro.

Mañana, 20 de febrero, este hombre que ha entregado su vida a la educación, a la cultura y al sabor inconfundible del café, cumplirá 70 años. Celebrará un año más de existencia, no como un punto final, sino como una página más en el libro de su historia. Y mientras el aroma de Café Minaya siga perfumando las calles de Huánuco, su legado permanecerá imborrable en la memoria de su pueblo.

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