Arrieros y caminantes somos en la vida…

Por Víctor Raúl Osorio Alania*

 ¡Habrá buena cosecha! ¡Pueden viajar con absoluta confianza para efectuar trueque! ¡Deben pastar a las llamitas y alimentarlos con hierba verde natural! ¡Alisten todo lo que saben y por docenas! ¡En asamblea comunal fijaremos los itinerarios de viaje!

El arriero camina satisfecho / contiguo a la llamita y su pertrecho, / la familia revela parabienes / para que traigan cosecha por cienes.

El secretario comunal informaba de casa en casa lo venidero (en estas alturas el porvenir era escuchado y transmitido por cada majada), él tenía fundamento, por eso, de buena gana se dio el trabajo de visitar aquellos lugares de la región puna, lo hizo en compañía de los patriarcas fundadores.

Los mankallutas huayllinos, de aquí y de allá, duplicaron esfuerzos y alistaron remesas. ¡Vale mencionarlos, así han de perdurar! La gente de Huarimarcan, herederos de la cultura Wari, pusieron empeño y ganaron más de una admiración; los de Pampawayi (San Carlos) exhibieron el título lustrado de hacedores de ollas; mientras tanto, nuestros paisanos de Rayo Chasha (La Cruzada) vieron su destino en los espejos de agua de las floridas lagunas, floridas eran por aquellas épocas, ¿cómo están ahora?

 León Pata jamás ha quedado en la retaguardia, por ello, en un santiamén mostró la carga solicitada, lo mismo puede indicarse de Canchacucho, Andacancha, Condorcayán, Los Andes Palcán; suena interesante, casi paradójico, pero digno de ser narrado en otros lugares.

¿Qué podríamos mencionar de los paisanos de Huaychao y Pariamachay? Verificaron la recua de llamas (aquellas que garantizan trajines mayores de cumbre a planicie), lo mismo hicieron quienes forman parte de la Comunidad Campesina de Huayllay.

Ollas y jarras de barro quedaron listas para el ansiado viaje. Paja pusieron y ponen para amortiguar la carga de arcilla.

Ponchos para tareas habituales y para días especiales (aniversario comunal, cumpleaños, bautismo, pedida de mano, matrimonio, pompas fúnebres).

Mantas de lana de ovino tejieron en los propios telares de la zona, fondo blanco con figuras discretas. Los artesanos con buena predisposición laboraron de sol a luna, desde plenilunio hasta que salgan a pasear las estrellas. «Los telares no descansaron ni pidieron chepa, porque padres e hijos hemos alternado horarios», comentan tejedores mayores de ochenta años.

Sogas de seis brazadas, cada soga fue tejida en tres días. ¡Marca registrada!

Waraka u honda de lana, algunos hacían de cuero para surtir la mercancía. Con warakas defendían las tierras ancestrales, los pishtacos viendo las warakas corrían despavoridos.

Faltando un mes pescaron chalwas (pez de agua dulce), en las prominentes lagunas, ¡tiempos aquellos! Las pequeñas para la alimentación de cada ayllu, entretanto, chalwas grandes hacían secar para distribuir más allá de los linderos.

La llama está viva. Ellas juguetean mientras aguardan el momento preciso de la partida. Risueñas irán antes de que algún niño pronuncie a sus marcas.

En simultaneo partieron tres grupos. El primero hacia el este (Ulcumayo, Junín), fueron con carga y regresaron con buena cosecha. El segundo grupo dio miradas y enrumbó al sur (Lima provincias), trajeron gramíneas para un año.

¿Y qué pasó con el tercer grupo? 12 arrieros expertos –tal vez los más peritos en estas acciones–, enfilaron por aciagos y vivaces caminos hacia el norte (valle del Chaupiwaranqa), a una distancia de cien kilómetros en promedio; no obstante, en el camino una cuestión fortuita detuvo la marcha.

Los habitantes de un pueblo de la región quechua pretendían dilucidar un objeto de medición. Había propuestas generales, empero pretendían imponer o pedían sumas inalcanzables para dejar a consideración de los usuarios. 

El equivalente de diez millones de reales y dejo esta medida. ¿Lo toman o lo dejan?

¡¡¡Lo dejamos!!! El vendedor quedó abrumado por gigantesca torpeza emitida desde los propios labios.

Me comprometo a sostener las cargas con ambos manos, mantenerme en pie, de inclinarme a uno de los lados debe pararse la transacción, por ello, mis honorarios semanales pasan de cuatro dígitos.

Pero la intención del sueldo entierra toda expectativa comercial.

Los arrieros lograron avanzar 77 km, solo les faltaba 23 para llegar a la meta. Estaban secuestrados, las cuatro salidas bloqueadas y dominadas, llegaron a cierta intolerancia: «A este pueblo solo se ingresa, no hay salida hasta nuevo aviso».

Reflexión tras reflexión dio luces. Dos delegados hablaron en nombre de los conductores de la recua, lo hicieron con templanza y en lenguaje estándar para ser entendido por todos:

Nosotros fabricamos ollas y jarras de greda, duran según el cuidado.

Les proponemos que dichos objetos validen la medida.

Nos gusta la idea.

¡Es una i-de-o-ta, mejor dicho, una gran idea!

Nobles visitantes han de actuar con la neutralidad exigida para estos menesteres.

Producto que cabía en la olla figuraba la transacción equitativa. Olla más grande, más producto. Desde entonces, las ollas sirvieron y sirven para hallar la medida cuasi perfecta.

Olla, jarra, poncho, manta, soga, waraka, lana, chalwa…, todos los productos fueron adquiridos por los lugareños y recibirían la paga en la siguiente cosecha, algo inusual para los mankallutas wayllinos, nunca les había pasado eso, tampoco a sus ancestros que fueron excelentes mozos de llamas.

No quedaba otra opción, tenían que regresar sí o sí, ahora, que explicación convincente darían a los suyos.

Barajar casino resulta más fácil, barajar ideas resulta peliagudo. Decir la verdad ayuda mucho, elaborar una media verdad en algún momento caes. ¿Qué hacer? ¿Cómo explicar este impase? Volvieron callados. No había hambre ni sed, parecía que el retorno lo hubieran hecho más a prisa.

Cuando llegaron a sus apriscos fueron recibidos con honores impensados. Niños y niñas saltaban con los becerros y corderos, las esposas golpeaban la tinya o tambor andino. Todo parecía un sueño, aunque Pedro Calderón de la Barca menciona: «…que toda la vida es sueño / y los sueños, sueños son».

¿Por qué tanto regocijo? Pues, cada familia de los arrieros había recibido el triple de productos de lo previsto. ¡Qué tal sorpresa! De yapa les dejaron más llamas. ¡Merecida recompensa!

Así fue, todo resultó como jardines llenos de flores aromáticas o pirwa repleta de gozo.

La lluvia invernal tuvo la capacidad pertinente para dar paso a la estación del otoño y este a la risueña primavera, más que pronto estaban en el azulino verano.

De nuevo a prepararse para trasladar productos. La pregunta que supera toda curiosidad es: ¿Hallarán ese pueblo misterioso en la región quechua o fue una prueba de solidaridad? Habría que viajar por los renglones de este argumento, porque arrieros y caminantes somos en la vida…

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¡SÁBADO DE REVANCHA!