
Por: Jorge Chávez Hurtado
A veces, la memoria colectiva canta en silencio. A veces, basta un acorde o un suspiro melódico para que todo un pueblo recuerde quién es. Así ocurre en el corazón de Huánuco cuando, a través del éter generoso del programa “De Cantos, Calles y Campos” de Radio Unheval, se eleva una súplica: “¡Por favor, pongan Ojitos Negros!”. La solicitud no es solo musical. Es una forma de rezo, una nostalgia compartida, una invocación que atraviesa generaciones.
Ojitos Negros no es simplemente una canción. Es un yaraví que duele y florece, que llora y resiste. Un susurro dolido al oído de quien ha amado y ha sido traicionado, y sin embargo, sigue amando. La versión que tantas veces nuestros oyentes han pedido —y que tantas veces hemos complacido con gusto y reverencia— es aquella que grabó el Centro Musical Huánuco en 1982. La historia de esa grabación es, en sí misma, un pequeño milagro.
Era otro tiempo, pero el alma del yaraví ya estaba intacta. Con las voces entrañables de Pepe Zevallos, Wilde Palomino y Pancho Berrospi, bajo la dirección amorosa de los maestros Gumersindo Atencia Ramírez y Andrés Fernández Garrido —quienes no solo guiaban la música, sino el espíritu—, esa grabación quedó sembrada en la tierra sonora de nuestra región como una semilla eterna. Desde entonces, el yaraví Ojitos Negros creció en el corazón de los huanuqueños como crecen las bugambilia en los muros antiguos: con resistencia y belleza.
Décadas después, la interpretación de María Haydeé Guerra Berríos, con el acompañamiento virtuoso del maestro Omar Majino Gargate, trajo un nuevo soplo de vida a la canción. La voz de María Haydeé no canta: acaricia. Y la guitarra de Omar no acompaña: guía. En esa nueva versión, la pena se hace poesía, y la poesía se hace huella sonora. Majino —músico, tratadista y apasionado guardián de la tradición huanuqueña— lo dijo con sabiduría en su libro Huánuco en tañido de guitarra: el texto de Ojitos Negros tiene raíces más profundas de lo que sospechamos.
Nos revela, por ejemplo, que este yaraví tradicional comparte versos con otros géneros del vasto mapa sonoro peruano. En 1911, el dúo Montes y Manrique, pioneros del canto costeño, grabaron un tondero titulado Ojos Negros para el sello Columbia. Las palabras, como las almas, migran. Y en esa migración se enriquecen, se mestizan, se multiplican.
Pero la fuga —o cashua, como con justicia la nombra Majino— no deja dudas sobre su cuna. Esa dulzura rítmica, esa picardía melancólica que brota como último suspiro de un corazón roto, es indudablemente huanuqueña. “Mi dulce huanuqueñita / dame algo de ti”, ruega el cantor, con el temblor de quien sabe que lo que pide no es poco: pide la vida, y también su sentido.
En el tejido de la canción, entonces, encontramos la historia de un pueblo que canta, aunque le duela, que recuerda, aunque duela más. El yaraví no es solo género musical: es acto emocional. Es lágrima convertida en melodía, es memoria hecha canto. Es, al fin y al cabo, la forma en que Huánuco se sigue diciendo a sí mismo.
En este tiempo de prisa y olvido, Ojitos Negros vuelve a sonar cada semana en “De Cantos, Calles y Campos” como una forma de resistencia. Quienes la piden no siempre lo dicen, pero lo sienten: hay heridas que solo la música puede nombrar. Y en este yaraví, hay un nombre eterno. Uno que no se borra ni con el viento ni con los años.
Ojitos negros de mi alma… cantan las voces de antaño. Y nosotros, en silencio, les respondemos: sigan mirándonos, que aún no sabemos olvidar.
OJITOS NEGROS
(Yaraví)
Cantan:
Centro Musical Huánuco (1982), con las voces de Pepe Zevallos, Wilde Palomino y Pancho Berrospi, bajo la dirección musical de Gumersindo Atencia Ramírez y Andrés Fernández Garrido.
Versión contemporánea de María Haydeé Guerra Berríos, con acompañamiento en guitarra del maestro Omar Majino Gargate.
YARAVÍ
Ojitos negros de mi alma,
contigo me andan celando. (Bis)
¿Por qué me andas engañando,
ay, ingrata, cruel traidora?
Yo tengo quien me dé gusto,
quien me dé gusto y no pena. (Bis)
Te amo con tanto delirio
que todo el mundo lo sabe. (Bis)
Si ha de ser para mi martirio,
que se acabe, en hora buena;
yo tengo quien me dé gusto,
quien me dé gusto y no pena. (Bis)
FUGA
(Cashua)
Mi dulce huanuqueñita,
dame algo de ti,
o viviré sin vida
si vivo sin ti. (Bis)