61 años de música y tradición: el legado de Esio Ocaña, el poeta del acordeón

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

Su biografía, como la de los grandes trovadores del alma, no se narra en simples fechas ni fríos datos: se escribe con los pentagramas del corazón. A cada compás de su existencia, Esio Ocaña Igarza ha sido un verso que se desliza en el viento de la memoria huanuqueña. El ocho de abril, cumplió 61 años de vida, y cada uno de ellos ha sido una nota afinada con pasión y destino. Maestro del acordeón —ese instrumento que llora, ríe y canta—, Esio vive enamorado de Huánuco y de la música que brota de su tierra como agua fresca de manantial.

“La música huanuqueña es un poema hecho canción”, dice con voz serena, “y el acordeón, un poeta en esa labor”. En sus manos, el instrumento deja de ser objeto para convertirse en ser vivo: respira ternura, susurra amores y pinta paisajes sonoros donde los andes se abrazan con el cielo. “Cuando se interpreta nuestra música con el acordeón, hay que tener un especial estilo en los adornos, con mucha suavidad, porque nuestra música no es de ritmo agresivo, es muy romántica… y nuestro acordeón debe ser también romántico”.

Nacido en 1964, en la entrañable localidad de Monzón, su vida es una mezcla de sangre huaracina y tantamayina. Su padre, don Alfonso Ocaña Bueno, no fue músico de profesión, pero sí un amante de las jaranas, y su madre, doña Falconeria Igarza Peña, sembró en él la ternura que aún vibra en sus melodías. “Aprendí de mi padre a tocar la guitarra”, recuerda Esio, “así fue como me inicié en el mundo de la música”. La música no se aprende, se hereda en el alma como se heredan los sueños, y en Esio, ese legado floreció desde niño.

Aquel niño que pulsaba las primeras cuerdas de una guitarra, pronto abrazó el acordeón como quien abraza un destino. Desde entonces, no hubo festividad ni grabación donde su arte no dejara huella. Con generosidad, acompañó a conjuntos y solistas, aportando siempre esa cadencia de caricia que solo él sabe dar. Y aunque ha caminado por diversos caminos, su anhelo sigue intacto: grabar un álbum con canciones huanuqueñas en solo de acordeón, con el delicado telón de fondo de una guitarra. “Es mi sueño y algún día lo voy a lograr —dice— y todo sea… por nuestra música”.

Sus primeros escenarios los conoció junto al Centro Musical Melodía Huanuqueña, invitado por el maestro Gumersindo Atencia. Con ellos, llevó el eco del Huallaga a Lima, Nazca, Pucallpa, Ayacucho, Ica y Huancayo. Cada presentación era más que un concierto: era una ceremonia donde el alma del pueblo se hacía presente.

Intentó, en algún momento, el camino de la ingeniería civil en la Universidad Hermilio Valdizán, pero la vocación es una raíz profunda que no se corta. Las huelgas, los paros, las aulas vacías… nada lo llenaba como ese universo invisible que se expande al sonar una nota. Así, sin dudar, ingresó al Instituto de Música Daniel Alomía Robles, donde cultivó su arte. Allí, encontró en el maestro César Montes un guía, y más tarde, en Arturo Caldas y Caballero, un faro que iluminó los últimos tramos de su formación musical.

Hoy por hoy, Esio Ocaña es docente de la Universidad Nacional de Música Daniel Alomía Robles de Huánuco, compartiendo con las nuevas generaciones no solo su conocimiento técnico, sino también su amor incondicional por la identidad musical de la región. En esa misma línea de compromiso, ha trabajado en el Taller de Música Huanuqueña, al lado del maestro Rollin Guerra Huacho, en la producción de música huanqueña —proyecto valioso y necesario—, que fue presentado en el programa de radio De Cantos, Calles y Campos, a través de Radio Unheval. Desde allí, el canto de Huánuco se ha hecho eco y resistencia, ternura y fuego, nostalgia y orgullo.

Hoy, al borde de una nueva primavera de su vida, Esio Ocaña Igarza es mucho más que un músico: es un custodio de la memoria sonora de Huánuco. Su acordeón no solo canta: sueña, acaricia, reza. Es un instrumento de amor al terruño, un tributo constante a las cachuas, mulizas, valses y chimayches que nos definen como pueblo.

Nuestro homenaje es sincero y lleno de gratitud.
Huánuco aguarda el día en que sus dedos —esos que saben decir lo que las palabras callan— nos entreguen su tan esperada producción.
Y cuando eso suceda, el aire mismo sabrá que está escuchando la voz más dulce de la tierra, la voz de un acordeón romántico que no se cansa de amar.

Leer Anterior

Policía tras los pasos de criminales de colombianos y atacantes de ingeniero Agrónomo

Leer Siguiente

Copa Sudamericana: Cienciano empató en Venezuela y Atlético Grau perdió en Brasil