
Por: Jorge Chávez Hurtado
Desde mis primeros años en el periodismo, a través de la radio, la prensa escrita y ahora en el vasto mundo del streaming, he tenido el privilegio de conocer de cerca a muchos artistas locales y nacionales. El ejercicio de esta noble profesión me ha permitido no solo acercarme a sus inicios y evolución artística, sino también a su esencia más íntima, a ese fulgor que los impulsa a crear y a los abismos que, como a todo ser humano, les toca atravesar.
En este recorrido, hay encuentros que marcan para siempre. Uno de ellos fue con José Antonio Castillo Glener, conocido artísticamente como José Antonio, y en los corazones de sus más cercanos amigos como “Pacusso”. En Huánuco, lo llaman “el último romántico”, un título que no es una simple etiqueta, sino el reconocimiento a una voz que ha sabido convertir el amor y la nostalgia en melodía. Su talento interpretativo es un puente entre el alma y la música, y su grandeza humana es el cimiento sobre el que ha construido su vida y su arte.
Cada entrevista con él ha sido un encuentro de fraternidad, un diálogo sincero donde las palabras fluyen sin artificios. José Antonio es un hombre de familia, un esposo y padre devoto que, entre el fulgor de los escenarios y la intimidad del hogar, ha sabido mantener el equilibrio entre el arte y la vida. En el escenario, su voz es un bálsamo que envuelve, conquista y seduce; en la vida cotidiana, su corazón late con la misma intensidad con la que canta.
Nació un 3 de marzo de 1967 en la ciudad de Chimbote, en la provincia de Santa, en el departamento de Áncash. Sus primeros llantos resonaron en el Hospital La Caleta, bajo el amparo de sus padres, don Leonardo Castillo Bustamante y doña Yolanda Glener Silva. Desde niño, su destino parecía estar trazado por la música. En su etapa escolar en el Instituto Experimental Número 8 Villacampa, en el Rímac, destacó en letras, historia y artes, y pronto su voz comenzó a ser el alma de las actuaciones escolares y actividades culturales.
A los 17 años, encontró refugio en la música sacra, integrando el coro de la parroquia Santa Rosa de Lima en la Avenida Tacna. Allí, entre cánticos y armonías celestiales, descubrió la felicidad que solo la música podía darle. Posteriormente, se formó en la Escuela Superior de Salud «Sergio Bernales» en la especialidad de Prótesis Dental, profesión en la que, con el tiempo, se consolidaría con éxito y reconocimiento en las mejores clínicas odontológicas de Huánuco.
El destino lo llevó a esta tierra bendita en 1989, cuando su amigo Ángel Yaricahua le habló de una ciudad de ensueño, de clima privilegiado y gente cálida: Huánuco. Con la audacia del viajero que busca su destino, llegó y encontró un segundo hogar. Conoció a “Panchito” Béjar, dueño de la orquesta Ópalo 5, y a su amigo de siempre, Cofler Ruiz González. Fue en esas noches de música y bohemia donde su voz comenzó a tejer su propia historia en Huánuco. En el Club Central, entre melodías y acordes, su corazón encontró dueño: Rosario Estella Bravo Zevallos, su amada “Charito”, la mujer que se convertiría en el amor de su vida.
Los años noventa lo vieron consolidarse como artista. Integró la banda de rock «Submarino Amarillo» y luego dio el salto a la salsa con la orquesta «Sociedad Latina» de los Hermanos Ayala. Su talento lo llevó a la «Real Orquesta», con la que grabó temas emblemáticos como Compadre Shucuy y Un pañuelo y una flor. En 1991, su amor por Charito lo llevó al altar en la iglesia San Francisco de Huánuco, y juntos construyeron una familia con el nacimiento de sus hijos Leonardo, Daniel, Nicol y Camila.
La música lo llevó a escenarios más grandes. En 1993, representó a Huánuco en el festival nacional de la voz en Tingo María, obteniendo el segundo lugar. En 1996, se unió a la agrupación «Mermelada Caliente» de Miguel Barrueta, donde conoció a Hernán Cajusol Chepe, su compadre y hermano en el arte. Fue en 2001 cuando su destino se entrelazó con «Los Sobrinos del Juez», donde su voz romántica terminó de encantar a los huanuqueños.
Su espíritu creador lo llevó a grabar en 2002 un disco con ocho canciones de su autoría, Ámate a la luz, en colaboración con el maestro Arturo Caldas. Más adelante, llegaría otra producción con Nelson Ayala. Huánuco lo acogió no solo como artista, sino como uno de los suyos. En la actualidad, vive en el centro de la ciudad, pero su corazón también late en Churubamba, donde la comunidad lo ha aceptado como hijo propio y hoy lo honra con el cargo de presidente comunal para el periodo 2025-2026.
Así es la historia de José Antonio, un hombre que ha sabido conquistar la vida como se conquista un escenario: con pasión, entrega y una voz que es puro sentimiento. Un romántico que no solo canta al amor, sino que lo vive en cada acorde de su existencia.