Día de San Valentín: el amor de Auquish y su bella Mashica

Por: Fortunato Rodríguez y Masgo

 

Era octubre de los años setenta, bajo la sombra de la oscuridad camina Aquiles entre las estrechas calles de Huánuco primaveral, tras los pasos de su amada, sigilosamente va tras ella, en el silencio de la noche, solo se escucha el rugir del empedrado de la vereda al momento de su caminar, siempre calzando taco ocho cerrado, es delicada al pisar y de caderas moldeadas sensuales; casi siempre, vestido de falda ajustada debajo de su rodilla, como pincel dibuja la silueta de su divino cuerpo, tiene un rostro angelical cuyos labios endemonia el pensamiento, lleva consigo su coqueta sonrisa provocativa, sus ojos envueltos de ternura y amor, era el amor platónico de muchos jovenzuelos del barrio, al verla suspiraban, alucinaban ser el novio o esposo de esta tierna mujer, que marcaba más de los treinta abriles de existencia de la señorita Marcela, casi nunca se le vio con un enamorado o pareja del momento, para los mal hablados y cucufatas ya estaba “para vestir santos”. Mientras otros afloraban haberla visto tocando las puertas del convento de monjas.

Mientras Aquiles, para sus amigos cariñosamente “Auquish” (viejo), eternamente enamorado de Marcela, con cariño Mashica, hija única de la familia de don Shatuquito, vecino honorable del jirón Independencia de la distinguida ciudad de Huánuco, propietario casi de media cuadra de terreno, colindante con el cerro y la cequión “madre”, en su interior sobresalía una hermosa casita de adobe, tejas y piso de cemento pulido de ocre rojo bandera, inmensas ventanas enrugado de fiero fundido, escoltado de paredes de arco color blanco, y como encanto estaba la huerta de árboles frutales bien cultivadas, debajo de ellas el aromático café, señal de distención de la tradicional familia huanuqueña.

Auquish con apenas 25 años a cuestas, estudiante de la nocturna del Colegio Leoncio Prado, en el día trabajaba de porta pliego en una oficina del Estado, desde muy joven se sentía atraído y enamorado de la engreída de don Shatuquito; pero, no tuvo la fuerza para declarar su amor, se acobardaba de ser pobre y proveniente de una familia humilde.

Llego aquella noche de ráfagas de viento frio, aterrizando en la apacible ciudad, una tempestad agresivamente, trayendo consigo una torrencial lluvia, hasta retumbaba las románticas calles con truenos y relámpagos. Mientras Auquish bien vestido y perfumado, portando un ramo de flores aguardaba en la puerta de la casa de don Shatuquito a su amada para declarar su amor; casi al instante, se precipito una endiablada lluvia, se formó un enorme charco de agua, la precipitación fluvial discurre como río arrastrando hasta piedras. El galán enamorado estaba totalmente mojado, trato de caminar algunos pasos, pero las piedras, el lodo y la oscuridad obstaculizaban su desplazamiento, una y otra vez se caía, se sentía solo en el mundo, porque nadie salía a socorrerlo. El ladrido del perro guardián era tan escandaloso, provoco la salida de don Shatuquito con linterna en mano y escopeta listo para disparar, inspeccionó el lugar encontrando a Auquish temblando de frio y lleno de espanto; casi no podía hablar, tartamudeaba al pronunciar algunas palabras, de inmediato se escuchó ¡VEN HIJO A CASA! Auquish sintió estar en la gloria, por tal reconocimiento, caminó todo sumiso y le saludo ¡BUENAS NOCHES! don Shatuquito, casi al instante fue interrogado ¿Qué haces a estas horas? ¿a quién buscas? ¿creo eres warmi sua? (ladrón de mujeres), las respuestas eran de inmediato, hasta que se aclaró la situación, el patriarca de la familia ordeno preparar café para calentar el frio.

Como era horas de la noche, la familia estuvo reunido en la sala de la residencia, la mama y Mashica, sentadas cómodamente en el mueble, escuchaban una novela romántica transmitido por un poderoso receptor a tubos “Radio La Crónica” de Lima, cuyas antenas aéreas estaban colgados de los extremos de dos enormes arboles de eucalipto, para captar nítidamente hasta emisoras del extranjero.

Mientras prenden el primus a kerosene para hervir el agua, don Shatuquito sirvió dos copones de shacta, uno para él y el otro para el recién llegado, ambos brindaron una y otras copas más, hasta que Auquish se puso de pie y con porte militar levanto la voz, hizo público su amor a la única hija de la familia, esto sorprendió a los presentes, y se preguntaron imaginariamente ¿acaso llego el milagro ansiado?, sin perder más tiempo, los padres preguntaron a la engreída, ¿hijita te está proponiendo ser tu novio? ¿Qué contestas?, Mashica corrió al lado de su madre, para intercambiar opiniones, luego respondió ¡Acepto ser su novia!, de inmediato prendieron el tocadisco “Sanyo” pusieron los discos, y comenzó la pachanga para festejar el noviazgo, ambos bailaron hasta la madruga, momento que se retiró Auquish a su casa.

Los días pasaron, los novios caminaban en brazos, eran el comentario del momento, ¡increíble Mashica consiguió novio a su edad! ¡algo le hicieron al pobre muchacho!¡Auquish esta embrujado!¡debemos buscar al cura para que le eche agua bendita!; en fin, de todo se escuchaba.

Casi al año se casaron por civil y religioso, los recién casados acordaron vivir en la casa de don Shatuquito, a los meses llegó mellizos, un varón y una mujer, esto alegro a la familia, los abuelos vivían felices contemplando a los nietos; mientras Auquish ingresó a la Universidad para continuar sus estudios y ser un Contador, su adorada esposa trabajaba como profesora de un Jardín de Niños, ella estudio en la Cantuta (Lima) para ser docente, la felicidad reinaba en el hogar.

Mashiquita, casi a los 37 años, nuevamente se embarazó y trajo a este mundo un robusto varón; con ello se asentó la alegría, la casa estaba rodeado con la presencia de tres niños a quienes les decían “los shatuquitos” y se convirtieron la razón de los abuelos, orgullosos ellos siempre cuidando a los nietos casi todo el día.

Los años transcurrieron, Auquish era un reconocido Contador Público, su esposa Mashiquita una distinguida directora de Jardín de Infancia siempre rodeados de sus tres hijos, ya jóvenes decidieron estudiar en la Universidad, lamentablemente Shatuquito y su esposa fallecieron por su avanzada edad, partieron de este mundo con la alegría de haber tenido a tres nietos y ver a su engreída hija ser feliz al lado de su amado esposo Auquish. El amor llegó y vivió en la familia de los shatuquitos por siempre.

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