Andrés Fernández Encalada: una joven periodista lloró ante su féretro… y con ella, toda una generación

Por: Jorge Chávez Hurtado

 Me aproximé con paso raudo y lento, como quien camina entre el deber y la tristeza, hacia el féretro donde reposaban en paz los restos de Andrés Fernández Encalada. Era una tarde densa de silencio, de esas en que el aire pesa, y hasta la luz parece inclinarse ante la partida de un hombre que fue voz, puente, alma y radio. Nos santiguamos con respeto, como si el gesto, mil veces repetido, pudiera contener la emoción de tantos recuerdos.

Desde nuestras diferentes trincheras de radio, en madrugadas frías o atardeceres tibios, Andrés y yo compartimos un ideal: la difusión incesante de la música huanuqueña como un acto de resistencia cultural, como un fuego que debía mantenerse encendido para que Huánuco no olvide su corazón.

Aquel instante de oración fue interrumpido por la aparición callada y temblorosa de una joven comunicadora social. Lloraba con ese llanto contenido que solo brota por gratitud y pérdida. Se acercó al ataúd, y con voz entrecortada, murmuró:

—Gracias, maestro Andrés, por todas las oportunidades que me diste para realizarme en mi profesión… ¡Siempre estaré agradecida de usted!

Sus palabras eran el eco de muchas otras. Con voz emocionada me relató cómo Andrés, con generosidad inquebrantable, abría sus espacios radiales a los jóvenes que llegaban con sueños grandes y grabadoras pequeñas. Era un sembrador de esperanza, un maestro de almas, que no pedía aplausos, solo compromiso.

Me retiré conmovido, con pasos pesados como si llevara en los pies las décadas de su legado, y me senté en la primera silla que me permitía acompañar su descanso eterno desde el recogimiento. La joven seguía allí, convertida en símbolo del discípulo agradecido, del relevo que honra.

En las redes sociales, la comunidad periodística vertía su pena en mensajes que más parecían poemas espontáneos. El periodista César Caldas Caballero evocaba sus años escolares en la Gran Unidad Escolar Leoncio Prado, promoción 1965, cuando la vida les abría apenas el primer capítulo. “Él se inició como presentador musical, yo en el periodismo deportivo”, recordaba, y en ese recuerdo vibraban los primeros pasos de dos vocaciones.

Melchor Vicente Mallqui, su amigo entrañable y colega incansable, me recordó que Andrés fue mucho más que una voz en la radio: fue un director tenaz, un editor riguroso, un patriarca del micrófono. Su historia está tejida en las ondas de Radio Imagen, Radio Huánuco, Radio Ondas del Huallaga, Radio Luz y Sonido, Exitosa, La Cabaña y tantas otras. También en los pliegues impresos del Diario Ahora, Página 3, Diario Expreso, y en las pantallas de Panamericana Televisión, llevando la voz de Huánuco al país entero.

Lo suyo no fue simplemente informar: fue construir ciudadanía desde la cultura. Desde su noticiero La Voz de la Actualidad desplegaba una red de corresponsales que cubría casi toda la región. No tenía grandes recursos, pero sí un amor inagotable por la verdad y la identidad.

Compartimos con él jornadas memorables en la Comisión Organizadora del Día de la Canción Huanuqueña. Discutíamos, sí, porque el arte también es fricción. Pero cuando se trataba de tocar puertas para conseguir luces, auditorios, escenarios y micrófonos, éramos un solo cuerpo, una sola causa, un mismo latido huanuqueño.

¿Qué importan hoy aquellas diferencias de criterio? Lo que perdura es su espíritu perseverante, su compromiso inquebrantable, su capacidad de inspirar a las nuevas generaciones de periodistas.

Volví a mirar el ataúd. Allí seguía la joven, aún llorando. Y con ella lloraban todos los que crecieron oyéndolo, los que alguna vez lo vimos anunciar con voz pausada las canciones que marcaron nuestra niñez, los que aún recordamos, como una herida dulce, los acordes de “Morir un poco” de Los Átomos, aquella melodía que abría su programa romántico en Radio Huánuco.

Hoy, Andrés ya no está en cuerpo, pero su voz sigue entre nosotros, como esas ondas de radio que aún vibran, invisibles, en el aire que respiramos. Se ha ido, sí, por ese camino que todos algún día recorreremos. Pero su huella queda como herencia y como faro.

Y mientras la sala del velorio se llenaba de oraciones y memorias, no pude evitar recordar que Andrés fue hijo del ilustre periodista Andrés Fernández Garrido, pionero de la prensa en Huánuco, hombre íntegro que también enseñó a muchos a ejercer este oficio con decencia, con verdad, con el alma limpia.

Y en ese instante, con el corazón apretado, imaginé el reencuentro: padre e hijo abrazándose en la eternidad, uniendo nuevamente sus voces para hacer periodismo en el cielo. Tal vez ahora conducen un noticiero celestial, donde las buenas noticias vuelan con alas de ángeles y donde la música huanuqueña se escucha entre nubes, como una muliza de bienvenida para los justos.

Hasta siempre, Andrés.

Gracias por cada palabra dicha con pasión, por cada joven impulsado a creer en su voz, por cada acorde huanuqueño sembrado en la conciencia del pueblo.

Que allá, junto a tu padre, sigas informando, inspirando, soñando.

Y que acá, donde aún se necesitan voces valientes, tu ejemplo siga ardiendo como una antorcha en el alma de las nuevas generaciones de comunicadores sociales.

 

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