Cinco días al son de la tinya

Crónica carnavalesca de la zona rural de Pasco

 Por Víctor Raúl Osorio Alania (*)

La historia empieza cuando la memoria se acaba. Ascendamos juntos hasta la montaña sui generis de los carnavales. Cuando sepamos caminar en la tierra, estaremos próximos a volar por la resistencia andina.

 Sábado carnaval

Desde los primeros latidos del sábado de carnaval, empieza la invasión de los conocidos y “desconocidos” hacia las estancias circundantes a Cerro de Pasco. Algunos irán chakillampa, otros se acompañarán con sus convi… vientes o esposas. Por supuesto, coja su talega o mochila de viajero y lleve frutas, panes, azúcar y la mesa del jirka. Lleve según la capacidad de sus reales y según el mandado de su corazón. Encomiende el cuidado de la casa –en la ciudad– a uno de confianza.

A partir de las cuatro de la tarde –se repite cada año– a chacchapar, acompañado del cigarro, del ishkupuru, además, se prepara la mesada para ofrendar a los wamanis. A eso de las seis de la tarde se encaminan desde el rancho hasta el apu más próximo, lugar irreemplazable de las mesadas. La mesa u ofrenda contiene:

Licor de distintos sabores (coñac, anisado, menta, caña, vino oporto y vermut o vermú); frutas (manzana, plátano, naranja).

Coca, cigarro, cal; chicha, fruta confitada, gragea (confite multicolor y muy menudo), galleta tipo animalito, ramo de flores (clavel para el olfato riguroso del cerro).

Quinua simboliza el pedido expreso para que aumente el hato lanar.

Primero se ubica la mesada grande para los cerros, interviniendo solo quienes gozan de la confianza de los patrones y pastores, cualquier visitante no goza de la comunicación cerro-personas; regresando deposítese la mesada chica para la illa (hija predilecta de la pachamama) en el interior de los corrales.

Cuando la luna se halla en todo su esplendor con los oídos atentos descansan, casi todos. La manada hace sinergia, tiene su propia normatividad hecha en la cotidianidad, empero los pastores hacen vigilia y parlan con el wallky-morral que responde con las hojas de coca.

 Domingo, lunes o martes de carnaval

Ante la amenaza del soroche, el ponche o infusión de coca facilita la adaptación en zonas de quechua, puna y jalca. Bajo el nombre de pila bautismal se identifica el ser humano, mientras tanto, en la estancia, ovino, vacuno y camélido tienen su identidad de manantial. Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.

Faena con ovejas y carneros. Tras la mañana dominguera y los días continuos puede haber lluvia cantarina o sol abrigador, solo resta ganar tiempo con la puyada o teñido del carnero y oveja. La tendencia es utilizar anilina rosada y roja o estambre. Mi madre, doña Simeona Alania Ricra, exhorta: «Carnero capón no se puya, trae mala suerte al rebaño. Se puyan dos ovinos o más, dependiendo de la tradición familiar».

La tinya circular protege cara y reverso con cuero de vaca, afianzado por cordeles que le da sonido resonante, sus trenzas de cintas multicolores tipifican los himnos en honor a los animales. La baqueta histórica golpea sobre la tinya.

Entre cornadas y vacadas, la otra faena. La vaca en cada oreja ha de portar dos cintas (roja y rosada), al mismo tiempo, el toro lleva en su lomo cuatro cintas amarillas hechuras del Sol. Cintas policromadas del Tawantinsuyo flamean apoteósicas en la fiesta de los animales. En sucesión desinhibida, uno tras otro, serán cintados y marcados con fierro caliente. ¡Chasss! Queda impregnado las iniciales del propietario “JOL” o de la señora viuda o de los austeros patrones.

Mientras los varones sujetan a cada cuadrúpedo, el primer grupo de mujeres canta marcando ritmo con la tinya; las otras amarran el wallqapu de manzana, naranja y plátano sobre los cuernos. No sea mal pensado, en los cuernos del buey frugífero pues.

Cintado de los camélidos sudamericanos (del lat. camelos). Según testimonian las familias asentadas en la llanura intramontañosa de la meseta del Bombón, antes del toro, utilizaron muy convencidos la llama para el trueque de productos con los pueblos de la quebrada del Chaupiwaranqa. Por ello, llama y alpaca son homenajeadas con unción en los carnavales, el charqui obtenido de su carne supera al colesterol. Estos animales mantienen la cabeza garbosa, cintas para la manada en general, campana para vanguardistas elegidos.

La alpaca llama a la llama, la llama queda triste cuando no obtiene respuesta de la vicuña en extinción –salvo la vicuña pasmada del Escudo Nacional–; el guanaco está para ver en coca.

Al final de la jornada, queda dicho, a cuadrillar en los corrales de piedra o alambrados. Una vueltita en derredor de la choza. Juegan sin escrúpulos con harina, serpentina, picapica, talco, hasta la tizna de la rancia olla sirve para embadurnar el rostro. Algunos terminarán bautizándose en el río.   ¡Alalaw, agua, agua! ¡Que viva los carnavales!

Vamos hacia el atardecer. La tinyera y su tambor confidente, admiten la cooperación en el podio pastizal de músicos, tocadiscos, compactera y tocacasete, estas últimas funcionan con pilas y baterías de vehículos.

 Miércoles de ceniza

El último día de los carnavales o primer día de la cuaresma (miércoles de ceniza) lo han destinado para elaborar la pachamanka, manjar divino puesto a consideración del paladar más exigente. Humaredas tiernas emergen desde la cercanía y lejanía.

Pirkan piedras seleccionadas, rodean la ruma con champa seca, un poquitín de combustible y ¡fuego! Durante dos horas las piedras son calentadas, el fuego se mantiene con excremento seco del ganado lanar. Las piedras calientes han de estofar la carne condimentada de ovino, vacuno, paco (alpaca), cerdo, papitas amarillas, camote, humita, habas y otros ingredientes… Transcurrido noventa minutos, desentiérrese la pachamanka y, ¡a comer se ha dicho!

 Colofón

En el discurrir de los carnavales el curativo caliche (aguardiente hervido con hierbas medicinales) ahoga las penas, motiva compromisos, ensancha amistades. Por ello, bajo el pretexto de esta actividad, mucha gente no concurre a sus labores.

(*) “El Puchkador de la Nieve”

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