

Por Fortunato Rodríguez y Masgo*
“La pobreza no es un impedimento para ser profesional, no tener dinero, no justifica quedarte como estas, todo depende de uno, el conocimiento está en tus manos, de eso depende tu futuro. Tú decides te quedas o te transformas. Tú eres dueño de tu destino”.
Me encuentro sentado en aquel rincón del tradicional Café Ortiz, donde solía estar dentro de mis momentos de reflexión; pero hoy no estoy aquí para reflexionar, sino para extraer del eterno baúl imaginario los recuerdos de mi juventud, al azar aterriza en mi memoria los momentos vividos con mi amigo Luis, cariñosamente “Auquish” (viejo), con quien cursé la secundaria, allá por los años 70 en el inolvidable Colegio Leoncio Prado de Huánuco.
Auquish, estudió por las mañanas y en las tardes trabajó como mozo en un chifa, desde las 5 de la tarde hasta la media noche, en momentos que no atendía al público, se ponía hacer la tarea o estudiar.
No puedo olvidar a Auquish quien me contó: “Salí de mi pueblo y de mi casa una fría madrugada de febrero, momentos que se precipitaba una tupida lluvia, como lágrimas de despida, el perro aullaba pareciera que presentía que estaba alejándome de la familia, para ir tras de mi sueño y lograr ser algo en la vida, cuando apenas tuve 12 años, acabe mi primaria y decidí continuar la secundaria en el Colegio Leoncio Prado de Huánuco”.
Llegó un momento que se quebró Auquish, porque se posesionó en su memoria, los momentos tristes de despedida, cuando recordó y vio imaginariamente a su mamita Mashica casi llorando que cantó con dolor un huayno “aywalla” (adiós).
Luego se repuso Auquish, ya más tranquilo me manifestó: “Me vine de mi tierra de la provincia de Dos de Mayo, ayudando a arrear los carneros de mi tío Feliciano, quien traía para vender o negociar en el camal de Huánuco, caminamos tres días puro chaquinana (camino corto de tierra para transitar a pie) y llegamos sin novedad, él realizó su venta, luego me llevo a mi tía Bertha, hermana de mi papá, quien vivía en Paucarbamba, donde me alojó en un pequeño cuarto, al fondo del patio, eran muy humildes y cuando cumplí 15 años, me quede huérfano de madre y frente a esta trágica situación, decide traer a Huánuco a mis hermanos menores, Fernando de 13 años y Carmen de 10, logrando matricular al primero a Leoncio Prado y a la segunda en el Centro Escolar de Mujeres”.
Casi siempre se le vio a Auquish caminar con su inseparable libro de Baldor, adquirido gracias a sus ahorros. Así transcurrió los años, él logro aprobar los cursos con buenas calificaciones. Terminó la secundaria.
Luego tomó la decisión de continuar sus estudios universitarios, viajo a Lima para estudiar, logró tener empleo como mozo de chifa y se fue a vivir en un sencillo cuarto alquilado por Barrios Altos.
En marzo de 1978, Auquish logro ingresar a la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), para seguir una carrera; lamentablemente el país vivió momentos de terrorismo, el chifa cerro y se quedó sin trabajo; la universidad suspendió sus labores académicas y Auquish se llenó de problemas, por lo que tuvo que trabajar como ambulante por la calles del centro de Lima.
Se reinició las clases en la UNI, continuó estudiando Auquish hasta culminar su carrera, egresando como ingeniero. A los meses, fue contratado por una compañía minera. Mientras tanto, Fernando culmino la secundaria en el Leoncio Prado y Carmen estudiaba en el Colegio Las Mercedes.
Auquish ya como ingeniero, ordenó a sus hermanos menores que se trasladen a Lima, para proseguir sus estudios superiores. Así fue, Fernando logró ingresar a la Universidad La Molina y Carmen a San Marcos, ambos trabajaron y estudiaron, logrando los hermanos también culminar sus estudios profesionales.
Los hermanos Auquish como cariñosamente se les conoce, decidieron traer a Lima a su padre Feliciano, para disfrutar en vida lo que le restaba de su existencia. El patriarca de la familia sentado en su cómoda residencia en La Molina, era orgulloso y feliz al ver a sus hijos profesionales, luego de todas las adversidades de la vida; gracias al esfuerzo y sacrificio de los Auquish.
Con este breve relato, ocurrido en la vida real, deseo compartir la superación personal de Auquish, quien adquirió un proceso de crecimiento y transformación logrando cada día cumplir su misión de escalar un peldaño y al final vio alcanzado su meta para su tranquilidad y felicidad de su familia.
La superación es el motor de la transformación de la persona, que te alienta cada momento de tu existencia a ser diferente y lograr con ahínco tus objetivos.
*Periodista, economista y abogado