El arte de perder

Por Eiffel Ramírez Avilés*

Existe un poema que, de un tiempo a esta parte, me obligo a recitarlo, a veces a voz alta. Dice así: 

Lose something every day. Accept the fluster

of lost door keys, the hour badly spent.

The art of losing isn’t hard to master.

Then practice losing farther, losing faster:

places, and names, and where it was you meant

to travel. None of these will bring disaster.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster,

some realms I owned, two rivers, a continent.

I miss them, but it wasn’t a disaster[1].

Elizabeth Bishop lo escribió, en una exquisita brillantez. Como todo gran poema, su alcance no es meramente estético, sino que atraviesa todos los aspectos de la historia humana, y más aún, los revuelve y los arremolina, hasta causar una verdadera revolución. La genialidad de la autora está justamente en romper los esquemas básicos sobre los cuales nos estábamos formando; fractura el pensamiento común y, por ende, restalla entre sus versos una nueva concepción sobre el destino del hombre. ¿Bishop no lo vio así? Eso es lo de menos. El genio no puede ser precisado por uno mismo.

La poetisa de habla inglesa nos manda un mensaje inicial: hay un arte, nos dice, y es el arte de perder. Asimismo, nos refiere que, para dominar dicho arte, hay que perder algo siempre, cada día; además, practicando perder cosas pequeñas, podremos aprender luego a perder cosas más grandes, como lugares y recuerdos. Y ninguna de estas pérdidas, remata ella, debe ser una desgracia. Tenemos que saber soltar amarras, cortar las cargas innecesarias de la existencia; este es, en fin, el contenido general de ese hermoso poema.

Sin embargo, hay algo más poderoso entre líneas. No solamente se trata de que alguien reconsidere su historia personal y tenga frente a sí un flamante horizonte. El poema ambiciona a un tiro perfecto, a una acusación mortal: no implica únicamente que el lector recapacite, sino que todo un mundo se revierta. En esta interpretación, aquella composición remueve los cimientos de una civilización que ha predicado hasta ahora lo contrario.

Claro: el mundo contemporáneo tiene su fundamento en una visión escalonada del trabajo, el conocimiento y la organización institucional. Un hombre sin aspiraciones es un hombre vacío; un individuo que no está a la par de la última tecnología es una sombra; una mujer que no se adhiere a cualquier vanguardia es una mujer sumisa; una persona sin títulos y cartones del Estado es un villano, si no un vagabundo; un político sin poder es un inútil demagogo. En ese orden, el espíritu del capitalismo es que todos tienen que ganar algo: deben mostrar un premio o un mérito para considerarlo como un semejante. Esta visión de las cosas es aberrantemente democrática: cada quien tiene que enseñar lo mejor de sí, no importa cuál fuese su rubro. De ese modo, en el mundo actual nadie pierde, todos ganan. Perder es la mayor bofetada que el honor de un sujeto puede recibir.

Efectivamente, quién quiere perder. Nadie. La victoria siempre otorga vitalidad, estímulo, orgullo; ella nos encamina a dar pasos cada vez mayores y hace de la vida un relato perfecto, en la que alguna pérdida solo se la ve como un lapsus, un traspiés. Decir que perder es un arte, algo que hay que cultivar y que podemos obedecer disciplinadamente sus reglas, causa aversión. La caída no tiene que pintarnos y la voluntad humana debe estar llena de recursos para poder superarla inmediatamente. El arte de perder –así como el arte de amar de Erich Fromm– es el gran pecado que un hombre moderno y adelantado no se puede permitir.

Por otro lado, aquel arte, aunque parezca decir lo contrario, no es un arte de vaciar, de soltar o de dejar atrás lo que nos pesa. El poema de Bishop engañosamente perfila eso en la superficie, mas en el fondo apunta a todo lo contrario: dota de contenido a todo aquel que lo practica. Ese arte es, pues, la autoafirmación de sí, la posesión de uno mismo. Perder es saltarse del tren del progreso; es no correr más la carrera hacia el futuro; el mundo entonces tiene que detenerse y prepararse para un nuevo comienzo. Perder es el freno de la especie.

¿Estamos defendiendo un absurdo?; ¿es posible una concepción de la vida en base a descalabros y fracasos?; ¿fue un auténtico colapso la derrota del Quijote ante los molinos de viento? Todos tenemos miedo de perder algo o a alguien. Un arte de esa naturaleza escarba la gloria que tanto habíamos acumulado. Y aunque difícil de definir o de aceptar, ese arte existe. Por lo menos, acusemos recibo a Elizabeth Bishop.

*Escritor y abogado por la UNMSM / eifel.ramirez@gmail.com


[1] Pierde algo todos los días. Acepta el aturdimiento

por perder tus llaves, por la hora malgastada.

El arte de perder no es difícil de dominar.

Luego, practica perder más, y más rápido:

lugares, y nombres, y donde tenías pensado

viajar. Ninguna de estas pérdidas será un desastre.

Yo perdí dos ciudades, dos encantadoras ciudades. Y, aún más,

dos reinos tuve, dos ríos, un continente.

Yo los extraño, pero no fue un desastre.

Leer Anterior

Primer despliegue de material electoral en Huánuco fue al poblado de Santa Virginia en Pachitea

Leer Siguiente

Odpe Leoncio Prado despliega material electoral a las zonas más alejadas