Stéphane lleva seis días confinado en un hospital de la isla francesa de Córcega, contagiado del coronavirus. Este hombre de 49 años, quien tuvo un trasplante de hígado y espera otro de riñón, está angustiado por su hija infectada y la inconsciencia de mucha gente.
Todo empezó el martes pasado cuando un médico le pidió que se hiciera un análisis, cuenta Stéphane Ciangherotti por teléfono a la AFP. En ese momento sólo tenía «una fea tos». La fiebre apareció al día siguiente.
«Miércoles por la mañana volví al hospital porque era positivo», dice este exconductor de camiones con invalidez desde junio de 2019.
Cuando dio positivo no se preocupó demasiado: «He pasado por tantas cosas en mi vida a causa de mi salud», explica.
Stéphane sufre de poliquistosis hepatorrenal, una enfermedad genética a causa de la cual su hígado pasó de 1,2 kilos a 7 kilos, lo que dio lugar a un trasplante del órgano en 2016.
«En 2019, me extirparon un riñón. Normalmente pesa 200 gramos y el mío pesaba 3,7 kilos», explicó, y precisó que está «bajo diálisis desde hace un año» a la espera de un trasplante de su único riñón que pesa 2 kilos.
Él cree haber sido infectado unos días antes de la diálisis durante un viaje que hizo a Marsella (sureste) para unos exámenes médicos en el hospital.
«¿Fue en el taxi, en el avión o en el hospital?, no sé», dijo, precisando que llevaba una máscara y evitaba los contactos.
«La tos agota»
«La tos agota, la temperatura va y viene, pero es más manejable que al principio», cuenta.
«Con la tos, tienes la sensación de que tus pulmones van a salir de tu cuerpo, es realmente muy, muy doloroso. También provoca dolores de cabeza y fatiga», describe.
«Los médicos están satisfechos con mi evolución, pero uno de ellos no me ocultó que hasta el sábado me estaban vigilando y no estaban tranquilos».
Está preocupado del contagio de su hija Eva, de 12 años. «Ella dio positivo el jueves y está en cuarentena en casa de su madre», quien dio negativo.
«Eva ha tenido fiebre y dolores abdominales durante 30 horas y ahora está bien, un poco cansada». El confinamiento lo ha llevado bien «gracias a su consola de juego», aunque «pronto tendrá que hacer los deberes» a distancia.
Cuando el virus no sea más que un mal recuerdo, sueña con «llevar a su hija a pasear por la montaña» o «ir a ver a los muflones a Asco», un pueblo de Córcega situado en medio de una naturaleza sublime a 650 metros de altitud.
Por ahora, sólo la ve en vídeos en su teléfono.
Criticando a los medios de comunicación y las redes sociales «que hacen uso de la morbosidad», Stéphane llama a «la gente a tener cuidado».
«¡Acaten las órdenes de seguridad!», insiste, aludiendo a los franceses que colmaron los parques durante el fin de semana.
«Cuando vi a a la gente abrazándose, pensé que todo estaba perdido. ¡No entienden nada! Con todas estas personas enfermas en el mundo, dan la impresión de que son más fuertes o más estúpidos, pero cuando tengan que enviar a uno de sus padres a urgencias, lo entenderán», afirmó.
Fuente: Andina