Por: Jorge Chávez Hurtado
Antes de que se encendieran las luces del auditorio, ya estaba dicha la idea central. Había llegado como llegan las verdades que no buscan imponerse: desde la convicción de que la cultura no se sostiene sola. Con esa certeza —forjada en años de trabajo silencioso— se abrió una noche que Huánuco se debía a sí mismo.
La ceremonia de reconocimiento no fue un trámite ni un gesto de cortesía. Fue un acto de reparación simbólica impulsado por la Asociación Cultural Virgen de la Asunción, que preside el maestro Osmider Herrera Doria, una institución joven en vida formal pero madura en propósito. Fue esta asociación la que asumió la responsabilidad de mirar hacia atrás para agradecer y, al mismo tiempo, mirar hacia adelante para advertir que, sin quienes cultivan la danza, la música y la tradición, la identidad se vuelve un recuerdo borroso.
El auditorio de la Universidad Nacional de Música Daniel Alomía Robles se transformó en un espacio distinto. Allí no se celebraban egos, se reconocían trayectorias. El Himno a Huánuco marcó el inicio con solemnidad, y la marinera norteña recordó que la elegancia también es una forma de identidad que se aprende y se hereda.
Las palabras de Osmider Herrera Doria fueron breves, pero cargadas de sentido: reconocer sin personalismos, valorar sin mezquindades, caminar juntos. Luego, el Dr. Manuel Vivanco Osorio, colaborador cultural de la asociación, tomó la palabra con la serenidad de quien sabe que el camino es largo. Dijo que hay mucho por hacer, que amar la cultura no es una consigna sino una tarea diaria, e instó a no detenerse, a seguir promoviendo actividades culturales como quien riega una planta sabiendo que no florecerá de inmediato, pero lo hará.
Entonces comenzaron a desfilar las historias hechas cuerpo, convocadas una a una por la Asociación Cultural Virgen de la Asunción, que entregó hermosas estatuillas y diplomas como símbolos de gratitud y justicia cultural.
El Ballet Folklórico Illimani, la Academia de Marinera Raza de Campeones, El Coro Ruicino, la Institución Folklórica Esencia, el centro Qory Wayra, Matices de Mi Tierra, el Centro Cultural Azteca y el histórico Elenco de Danzas de la UDH. No eran solo agrupaciones: eran años de ensayo, viajes autofinanciados, vestuarios remendados, maestros persistentes y generaciones que aprendieron a querer lo suyo.
En ese recorrido de memorias vivas, el Coro Ruicino marcó uno de los momentos conmovedores de la ceremonia con dos intervenciones de música huanuqueña que envolvieron el auditorio en un silencio atento. Voces jóvenes, formadas en el amor por lo nuestro, demostraron que la tradición no envejece cuando se hereda con respeto. El punto más alto llegó con la presentación de su nueva grabación, fruto de una significativa recopilación del tema emblemático de los huanuqueños, “Cuando salí de mi tierra”.
En medio de los reconocimientos, la música volvió a ocupar el centro. La intervención del maestro Félix Echevarría Ramírez no fue un número más del programa. Fue una pausa necesaria, un momento en el que la emoción se impuso a las palabras. Su música no adornó la ceremonia: la sostuvo, como si recordara que antes del discurso y del aplauso está el arte desnudo, hablando por sí solo.
Cuando la noche empezó a cerrarse y los aplausos dejaron de sonar, quedó una sensación difícil de explicar. No era euforia. Era gratitud. La certeza de haber sido testigos de algo justo.
Porque esa noche Huánuco no solo recibió reconocimientos.
Esa noche Huánuco agradeció.
Y en cada estatuilla entregada, en cada diploma levantado, en cada canción y en cada danza, quedó claro que mientras haya quienes amen la cultura y otros dispuestos a valorarla, este pueblo seguirá de pie, cantando su propia historia.
Cerrado ya el auditorio, fuimos de los últimos en salir por la puerta principal de la Universidad Daniel Alomía Robles. Allí, en la despedida sencilla, estrechamos la mano de Osmider, impulsor de estos significativos reconocimientos. Luego lo vimos volver a lo suyo, caminando por el jirón General Prado acompañado del joven Franz, del Coro Ruicino. Iban en silencio, como quienes cargan en el alma la memoria de tantas manos que tejieron la cultura. Cada paso parecía un latido discreto, una afirmación de que la danza, la música y la tradición no mueren mientras haya alguien que las ame. Tal vez, Osmider pensaba en los ensayos, en los viajes, en los vestuarios remendados y en los maestros que nunca se rindieron. Tal vez evaluaba lo hecho. O tal vez —y esto basta— sentía la dulzura silenciosa de haber plantado un pequeño grano de esperanza, un grano que hará florecer la cultura en los corazones de quienes cada día la sostienen, la sienten y la nombran. Y mientras se alejaban, la ciudad parecía guardar un instante de reverencia, como si Huánuco entero contuviera el aliento, emocionado, agradecido y vivo.





