Por: Jorge Chávez Hurtado
El próximo sábado 15 de noviembre, cuando el reloj marque las cuatro de la tarde y el sol comience a rendirse ante la nostalgia dorada del atardecer huanuqueño, el auditorio del Museo Regional Leoncio Prado Gutiérrez se llenará de voces que no solo cantan: rezan, lloran, sueñan y recuerdan. Allí, en el Jr. Dos de Mayo 680, el Coro Ruicino celebrará su décimo aniversario, un hito que no es solo una fecha: es un abrazo entre generaciones, una promesa hecha canción.
La raíz que canta
Nacido en septiembre de 2015, en los pasillos entrañables y luminosos de la I.E. Julio Armando Ruiz Vásquez de Amarilis, el Coro Ruicino no surgió para el aplauso, sino para la permanencia. Desde sus primeros ensayos, entre timidez y fe, entre voces que se buscaban y hallaban, algo comenzó a ocurrir: Huánuco empezó a reconocerse a sí mismo en el eco de sus hijos.
No fue fácil. Ensayos bajo la lluvia, viajes con lo justo, voces que se apagaron para que otras nacieran. Pero cada canción fue un acto de resistencia, un gesto de amor por una tierra que tiene el don de cantar incluso en silencio. Cachuas, harawis, mulizas, yaravíes, huaynos, valses… géneros que no solo suenan: respiran con el alma de un pueblo que se niega a olvidar su nombre.
Cantar para ser
Los integrantes del coro no solo aprendieron técnica vocal. Aprendieron algo más valioso: a mirar el mundo con la certeza de que la identidad también se afina. Cada ensayo fue una lección de humildad; cada presentación, una afirmación de orgullo. Allí, en cada nota, los jóvenes descubrieron que cantar no es un acto de voz, sino de pertenencia.
El Coro Ruicino es, en verdad, una escuela invisible donde los niños se vuelven jóvenes y los jóvenes, custodios de una herencia. En sus voces resuena el eco de las montañas, el murmullo del Huallaga, la dulzura de los huaynos que cantaban los abuelos en las fiestas patronales.
Ecos de Huánuco en el mundo
Desde su aparición en Miski TaKiy de TV Perú —en aquellas emisiones de diciembre de 2018, noviembre de 2020, diciembre de 2021, diciembre de 2022 y abril de 2023—, el coro trascendió las fronteras de la región. Las voces que un día ensayaban en un aula de Amarilis se escucharon en hogares de todo el país, y más allá. Allí, ante cámaras y luces, Huánuco se volvió canción universal.
Sus interpretaciones de El Cóndor Pasa en quechua, Despedida y Maipacha fueron más que homenajes: fueron actos de justicia poética. Porque cada nota recordaba al mundo que la música andina no es pasado: es raíz viva, es presente que florece.
Un coro que cura el alma
Hay historias que no están escritas en los programas de mano. Están en los ojos de quienes cantan. En la lágrima que se escapa cuando el público se pone de pie. En los padres que aplauden sabiendo que la voz de su hijo o hija ha hallado sentido. Porque el Coro Ruicino no solo forma músicos: forma seres humanos capaces de emocionar al cielo.
Muchos de sus integrantes confiesan que el coro les dio un rumbo, una familia, una razón para seguir. Entre acordes y silencios aprendieron que la música también puede salvar, que un canto compartido puede ser el puente más hermoso entre la esperanza y la vida.
La promesa del décimo aniversario
El concierto del 15 de noviembre será una celebración de gratitud y de regreso al origen. En el escenario brillarán Rebeca Fernández, Christhyna Tolentino Chacón y Adriana Santillán Chaupis, cada una como solista invitada, uniendo su talento en una velada que promete estremecer corazones. Tolentino y Santillán regresan con el orgullo de haber sido integrantes del Coro Ruicino, trayendo consigo la emoción de los años fundacionales y el eco de aquellas voces que alguna vez cantaron juntas bajo un mismo sueño. Junto a ellas, los coros del Colegio San Vicente de la Barquera y del Colegio María de los Ángeles, además del Elenco de Danzas de la UDH, tejerán una noche que se anuncia inolvidable, vibrante y profundamente huanuqueña.
Pero el centro será siempre el mismo: esas voces jóvenes que cantan como si el alma de Huánuco les hablara al oído.
Diez años después, el sueño de 2015 se ha vuelto legado. Y ese legado sigue creciendo, como un río que nunca deja de correr, como una canción que no se apaga aunque cambien los tiempos.
Epílogo: el canto y la eternidad
Cuando el último acorde se disuelva en el aire del auditorio, quizás alguien cierre los ojos y piense en silencio: “esto somos”.
Porque el Coro Ruicino no pertenece solo a quienes lo integran: pertenece a todos los huanuqueños que alguna vez sintieron que su tierra canta dentro de ellos.
Y así será mientras existan voces dispuestas a seguir cantando.
Mientras haya un niño en Amarilis que levante la mirada y diga: “yo también quiero cantar allí”.
El Coro Ruicino seguirá siendo eso: un fuego que no se apaga, un coro que no envejece, una canción que ha aprendido a llorar y a sonreír por Huánuco.






