Por: Fortunato Rodríguez y Masgo
La noche va llegando, la tarde se va, tras ella el “loco” ventaron de la quebrada de Puelles, minutos antes alboroto las románticas y estrechas calles de nuestro Huánuco querido, regando nubes de polvareda; mientras, ya llegó la hora del lonche, el aroma del cafecito de huerta se esparce y el pan de piso recién horneado en horno de leña va en camino “encima” del triciclo para vender “10 pancitos” por un sol; más de yapa, 2 ¡caserito! Esto era el escenario de las tardes huanuqueñas, años atrás.
Mientras, pocas horas aguarda para el día dos de noviembre, “día de los muertos” o de los difuntos, fecha conmemorativa por los familiares quienes llegan al campo santo de Huánuco, llevando su dolor y los recuerdos de quien en vida fue.
Aquí no se celebraba día de la música criolla; menos Halloween, el culto a nuestro muertos o finados es sagrado, de mucha tradición y devoción en el Valle del Huallaga, ritos, visita a la tumba del cementerio para prender su “velita” o hacer cantar un responso eran actos que todo huanuqueño realizaba año tras año religiosamente.
Previo al día central, el primero de noviembre los familiares llegaban para arreglar, limpiar y pintar el nicho; luego regresar en horas de la noche, llevando un inmenso ramo de flores; mientras, el campanario del “panteón” requerido, el panteonero redoblaba las campanas a solicitud de algún afligido familiar; el cual, tenia su precio, para finados niños el repique del sonido de campana era diferente al de un muerto adulto.
Luego, te dirigías en busca de un cantor de responso; casi siempre, encontrabas a uno “medio shacteado” que deambulaba por los estrechos pasadizos del cementerio, llevando consigo en uno de sus bolsillos de su pantalón una botellita (cuarto) de agua bendita y en otro su “cuartito” de shacta para su “valor”, ya en el frontis del nicho, todos los familiares reunidos en santa devoción, el cantante daba inicio al culto con una oración del padre nuestro, pero en ¡latín! Nadie entendía; a continuación, una “bañadita” con agüita bendita al difunto, y de pronto se escucha un canto con mucho sentimiento y dolor, casi llorando interpretado por el cantarín, las letras eran también latín o no sé qué otro idioma; en fin, la familia al final queda acongojado; casi de inmediato, se tiende un pequeño mantel blanco, sobre el piso y sobre ella se coloca la comida más requerida por el finado; de paso, su copón de shacta para que “digiera” rápido.
Se prende con mucho cuidado las velitas, porque el viento puede apagar, previamente se ora, y se “planta”. De esta manera, se da inicio a la ceremonia ancestral, legado de nuestros antepasados, los recuerdos se avivan, tras la conversación entre shacta, chacchando coquita y fumando cigarro inca en señal que ya estamos esperando a nuestro finado; de pronto, emerge la tristeza y llanto por nuestro ser querido que ya partió en el tren de la vida para nunca retornar en vida, se interpreta canciones del recuerdo, muchas de estas cantado por nuestra “almita” en vida, las lagrimas brotan en los ojos de los presentes y para calmarse se toman un copón de aguardiente; así transcurren los minutos y horas hasta llegar a la media noche, y a los minutos del amanecer del 2, se siente un viento frio es señal que nuestros finados están llegando al cementerio, ya “recibieron” permiso del taita Dios para venir y estar entre nosotros, solo por esta madrugada, para “reencontrarse” con sus familiares y recibir sus “regalos” que solían consumir en vida.
Uno que otros manifiestan ver “almas” deambulando por el campo santo, ¡vi a un muerto! Esta caminando con su ropa negra, mientras otros expresan ¡escuche llantos o risas de mujeres!, esto hace que el ambiente se envuelva en misterio y terror, otros corren de miedo; los familiares aguardan hasta el final, para salir con la resignación de haber estado lado de su muerto, haber sentido su presencia de forma espiritual.
Así mismo, familiares quienes no pudieron acercarse al cementerio hicieron en su domicilio una pequeña “mesada” en la sala de la casa, con comida, coca, cigarro y un “cuartito” de shacta en honor del finado, previamente colocan una fotografía del difunto, un ramo de flores y se prenden las respectivas velas, la familiares alrededor de ella, en primer orden oran a Dios por el eterno descanso de quien en vida fue, luego comienza la tertulia de los recuerdos; mientras, la shacta comienza a girar como reloj que no se detiene, la guitarra y la garganta del cantante amena la noche, se interpreta temas musicales cuyo contenido hace “sentir” el alma entre tristeza y dolor, palabras de los presentes envuelve el sentimiento llegando a hacer brotar lágrimas, hasta agudiza las palabras, llegando a comprimir el aliento, la noche se cubre de mucha tristeza, es manifiesto la “soledad” en que viven los vivos, y la “falta” que hace el extinto.
En fin, la comunión en ese instante entre el occiso y sus familiares se estrecha al extremo, lloran casi todos su muerte, llegando a manifestar ¡llévame! Esta vida no es vida para mí, desde que te fuiste, para apaciguar este dolor se necesita mas shacta, copa mas copa quiere el alma, cigarrito inca para armonizar el ambiente y coquita para “chacchapeo”.
Faltando ya algunos minutos para la media noche del primero y entrar a la amanecida del 2 de noviembre, muchos tiende una pequeña “alfombra” de ceniza o esparce por la puerta de ingreso a la casa, luego todos se retiran hasta la mañana siguiente, donde nuevamente los familiares se reúnen para ver si el difunto ha llegado y ha caminado para consumir sus ofrendas; muchas veces, se observa rastros de alguien haber andado por el lugar, hasta se ve que alguien vino a “probar” sus alimentos ofrecidos. Es algo, para no creer, pero se da.
Uno de los platos requeridos por los finados es la mazamorra de calabaza o tocosh; entre la comida esta el chicharrón con su mote y sus pancitos de piso o bollos hechos en el horno de la casa con leña de eucalipto.
Año atrás, las ofrendas mostraban las tantawawas o bollos de pan con figuras de personas o animales, hechos en el horno de casa; esta costumbre casi ya se está extinguiendo.
Alrededor del cementerio general de Huánuco “Antonio Figueroa Villamil” se realiza una feria de comida típica y se establecen toldos donde se dan cita los familiares dolientes de los difuntos, quienes toman la shacta como “bandolero” y bailan al compás de melodías del recuerdo, entre huaynos y mulisas huanuqueños. El tocadiscos con ajuga, cuyo parlantes están colocadas en un extremo con palo de maguey seco. Prácticamente se vuelven una pista de baile improvisado, la velada es toda la noche del primero hasta el día siguiente del dos, momento que culmina la celebración del día de los muertos.
Estos hechos se suscitaron en nuestro Huánuco de antaño, que va quedando en el olvido, para dar paso a la modernidad o festejar nuevas costumbres foráneas. Pero, esta es nuestra costumbre, nuestra cultura que debe preservarse, porque es parte de nuestra historia.







