Edith Cuestas: la mujer que canta su lucha en silencio

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

Fue un mensaje de voz, breve y sereno, el que cambió el rumbo de mi tarde. Venía de mi colega, la comunicadora social de radio, Flor Meza Montesillo. No suele escribirme de manera personal, y sin embargo aquella vez lo hizo con un matiz en la voz que presagiaba algo distinto:

—Jorge —me dijo—, quiero pedirte un gran favor. Tú, que haces los homenajes y recoges la trayectoria de los artistas huanuqueños en tu trabajo periodístico, quiero que le hagas un homenaje a Edith Cuestas. Ella, nuestra intérprete de valses y temas huanuqueños, lleva años regalándonos su calidad interpretativa. Es justo hacerlo, amigo, porque sin ser huanuqueña le canta a Huánuco con gratitud y sentimiento. Con esa voz única y melodiosa ha ganado el respeto de los grandes, de Ubaldo Fernández Fiestas y de los Hermanos Valderrama, con quienes grabó himnos entrañables para esta tierra.

Flor tenía razón. Edith lo merece.

 

La llamada que estremeció

De inmediato marqué su número. Contestó con esa voz que siempre supo volar alto en el escenario, pero que esta vez sonaba tenue, como si hablara desde un rincón de su fuerza. Me estremecí. Le pregunté por su salud. Ella, con la serenidad de los fuertes, respondió que estaba en tratamiento médico constante, que su lucha era diaria, pero que aún encontraba fuerzas para cantar en el corazón de su familia y de sus amigos.

—Hazlo, Jorge —me dijo—, escribe ese homenaje. Tú tienes mis fotos, conoces mi trayectoria. Solo te pido que no te detengas en mi salud. Esa es mi batalla personal, al lado de mi familia y mis médicos.

Así es Edith. Humilde hasta el silencio, incluso en la adversidad.

 

La mujer que hizo suya esta tierra

Edith Cuestas Celestino nació en Chosica, la “tierra del sol”, el 22 de febrero de 1960. Sus raíces son tarmeñas —hija de Justo Cuestas García y Elena Celestino Escobedo— y creció como la quinta de quince hermanos, orgullo de una madre de numerosa prole.

El destino la trajo a Huánuco en 1989. Fue su esposo, el huamaliano Rosignol Barrionuevo Atencia, quien la condujo hasta este valle. Y desde entonces Huánuco dejó de ser solo un lugar: se convirtió en su casa, en su causa y en su inspiración. “La gente me recibió con tanto cariño —me confesó una vez— que me ayudó a enraizarme en esta ciudad. Hoy me siento huanuqueña de corazón”.

Su gratitud se convirtió en canto. Y en cada vals, en cada huayno, fue bordando con voz melodiosa una historia de amor a esta tierra.

 

El camino de la música

Edith descubrió su vocación de niña, en las aulas del colegio Josefa Carrillo y Albornoz de Chosica. Tenía trece años cuando su profesor, Jaime Ríos, la escuchó cantar y le dijo:
—Hija mía, tienes pasta de artista. Persevera, porque serás una gran intérprete.

Ese consejo la acompañó siempre.

Antes de instalarse en Huánuco, ya había recorrido escenarios de Lima y Chosica, alternando con figuras consagradas como Cecilia Bracamonte, Pedrito Otiniano, Lucho Barrios, Anamelva y Los Morunos. El gran guitarrista Pepe Torres la acompañó en una de sus presentaciones, y Carmencita Lara, nada menos, la reconoció como una heredera de su voz y estilo.

Participó en Trampolín a la Fama, de Augusto Ferrando, y quedó finalista junto a Cecilia Barraza. Ferrando, con su picardía, soltó:
—Estas menuditas, Edith Cuestas y Cecilia Barraza, parecen gemelas; hasta cantan como hermanitas.

Pero fue en Huánuco donde su voz encontró un destino definitivo. Grabó con “Los Caminantes del Perú” temas entrañables como Nuestro Reencuentro, Barrios de mi Ciudad, Huanuqueñita, Tierra Querida, Huánuco Primaveral y Chofercito Huanuqueño. También fue parte del conjunto “Jardín Huanuqueño” bajo la dirección del maestro Ubaldo Fernández Fiestas.

 

La artista y la mujer

Casada, madre de cuatro hijos —Jesús Marcos, Edith Rosmery, Eduardo y la engreída Keily, quien hoy sigue sus pasos con sorprendente talento—, Edith siempre combinó el canto con la vida familiar. Nunca perdió la humildad ni la sencillez, a pesar de los aplausos y los reconocimientos.

Recuerdo que Carmencita Lara, con su ojo clínico para la voz criolla, alguna vez la señaló como la intérprete que podía heredar su estilo. Y no exageraba.

 

El periodista y la memoria compartida

De pronto recordé que esta no sería la primera vez que la homenajearía. En julio de 2007 y en febrero de 2015, tuve la dicha de escribir dos reportajes sobre su carrera artística. Y desde siempre, en mi hábitat natural —la radio—, las canciones de Edith han sonado con frecuencia, como quien siembra gratitud en el aire.

Por eso, escribir sobre ella no es un encargo, ni siquiera un favor. Es volver a abrazar una historia compartida, a reconocer que mi voz como periodista siempre se cruzó con la suya como artista. Es recordar que en cada vals que difundí, estaba también mi admiración y mi respeto.

 

La voz que no se rinde

Hoy Edith sigue luchando por su salud. No quiere que se escriba mucho de eso, porque prefiere que el recuerdo y la noticia giren en torno a su música, a lo que tanto dio y sigue dando. Ella nos pide que la recordemos cantando, y así será.

Este homenaje no es un adiós. Es un estamos contigo, Edith. Es la certeza de que cada vez que alguien escuche Huánuco Primaveral o Barrios de mi Ciudad, sabrá que esa voz única todavía nos acompaña, y que seguirá haciéndolo mientras la vida y la música lo permitan.

Leer Anterior

24.09.2025

Leer Siguiente

Alianza Lima ya está en Coquimbo para enfrentar a Universidad de Chile