Pakistán enfrenta una de las peores crisis humanitarias de los últimos años tras las devastadoras lluvias del monzón que han dejado al menos 706 personas fallecidas y más de 150 desaparecidas, según el último informe de la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres (NDMA).
Desde el inicio de la temporada de lluvias, el pasado 26 de junio, las precipitaciones han provocado inundaciones repentinas, colapsos de viviendas y deslizamientos de tierra, afectando gravemente a la provincia noroccidental de Khyber Pakhtunkhwa, donde se concentra más de la mitad de las víctimas mortales.
Los distritos de Buner y Shangla han sido epicentro de la tragedia, con comunidades enteras arrasadas por torrentes de lodo y rocas. Las labores de rescate se desarrollan contrarreloj en zonas montañosas de difícil acceso, donde las lluvias han destruido 2,934 viviendas, 152 puentes y más de 450 kilómetros de carreteras, dejando a miles de personas aisladas.
El presidente de la NDMA, teniente general Inam Haider, advirtió que la situación seguirá siendo “precaria” hasta finales de agosto, con la posibilidad de nuevos episodios de lluvias intensas en las próximas semanas.
En respuesta a la emergencia, el gobierno ha establecido 456 campamentos de ayuda y ha logrado rescatar a 17,917 personas. El primer ministro Shehbaz Sharif anunció que los miembros de su gabinete donarán el salario de un mes para financiar las labores de socorro.
Pakistán, considerado uno de los países más vulnerables al cambio climático, revive el trauma de las inundaciones de 2022, cuando un “monzón con esteroides” sumergió un tercio del país y dejó más de 1,700 muertos. Esta nueva catástrofe pone nuevamente en evidencia la urgencia de fortalecer la infraestructura, los sistemas de alerta temprana y la resiliencia comunitaria frente a fenómenos climáticos extremos.
