486 años de Huánuco: ¿Aniversario o repetición de errores?

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

En la memoria de los pueblos hay fechas que son campanas invisibles: suenan desde siglos atrás y, cada año, nos llaman a mirarnos en el espejo del tiempo. Huánuco tiene la suya: un 15 de agosto que, más que un número, es un pulso de identidad. Este 2025, esa campana volverá a sonar para conmemorar el 486 aniversario de su fundación.

La historia, caprichosa y a veces contradictoria, ha dejado en manos de los cronistas un rompecabezas de traslados, batallas y nombres. En su Monografía de la Diócesis de Huánuco, el obispo Francisco Rubén Berroa y Bernedo —nacido en Omate, Moquegua, el 2 de abril de 1876— descorrió las cortinas del pasado con paciencia de orfebre. Nombrado obispo de Huánuco en 1923, tardó cinco años en recorrer toda su diócesis, que entonces abarcaba amplias zonas de Huánuco, Pasco y Junín. En ese andar de mirada pastoral y ojo de investigador, comenzó en 1926 la escritura de su obra mayor, publicada por primera vez en 1934.

Yo conocí este libro en 2009, cuando la Diócesis de Huánuco decidió reeditarlo con un tiraje de mil ejemplares, confiando la labor a la Empresa Periodística Perú. Raúl Oviedo Baldeón, colega periodista y responsable de la edición, llegó una mañana a la cabina de mi programa de radio. Entre micrófonos y preguntas, hablamos de la obra y de la figura de monseñor Berroa. Al terminar, con una generosidad que aún me emociona, puso el libro en mis manos. “Para que siga contando la historia de Huánuco”, me dijo. Desde entonces, ese volumen ha sido brújula y lámpara, como ahora, que vuelve a servirme para caminar hacia el aniversario de nuestra ciudad.

En sus páginas, el relato de la fundación huanuqueña es una trama de voces antiguas: Calancha, Mendiburu, Achapuri… Todos coinciden y se contradicen, como si la ciudad jugara a esconder su verdadera fecha de nacimiento. Huánuco Viejo fue erguida en las punas el 15 de agosto de 1539 por Gómez de Alvarado, con escudo de armas concedido por Carlos V —un león rampante y coronado— y un cabildo cuyos primeros alcaldes fueron Rodrigo Martínez y Diego Carbajal.

Pero la política colonial no tardó en poner sombras sobre su nacimiento. La noticia de su fundación llegó a Lima y despertó gran oposición. Pizarro, celoso o receloso, le quitó el título de ciudad, reduciéndola a villa. Alvarado, herido en su orgullo, continuó su obra por un tiempo, pero al conocer la descalificación abandonó Huánuco Viejo. La despoblación se aceleró con las incursiones del célebre Illatopa, pariente de Atahualpa, cuyas huestes acosaban la zona.

Fue entonces que se envió como teniente gobernador a Pedro Barroso, quien descubrió el valle de Pilco y, el 2 de febrero de 1540, trasladó la villa desde las punas a este paraje fértil. Los cronistas discutieron por siglos sobre los nombres de sus primeros barrios: Achapuri decía que conservaron los quechuas Huallayco y Huacchacato, pero lo más probable es que los españoles bautizaran los barrios con nombres de Misterios y Santos: Santiago, Santísima Trinidad, Espíritu Santo y San Marcos. Los nombres indígenas —Huallayco, Huacchacato, Ischuchaca y Acraysuncho— ya existían, dados por los chupachos que habitaban la zona mucho antes de la llegada de los europeos.

Contrario a lo que pensaron algunos autores de la época, el valle de Pilco no estaba deshabitado: era territorio chupacho, con caciques como Pariacaico y Masgo, que recibieron amistosamente a los españoles en Pachabamba. Desde allí los guiaron hasta Coni —rebautizado como San Cristóbal de Coni y luego Santa María del Valle— y, finalmente, hasta la planicie donde hoy se levanta la ciudad. “Algunos dicen que el valle se llamó de Pilco, porque en sus bosques existía un pájaro de este nombre. Achapuri afirma era un pájaro negro con cresta encarnada”. Esto es lo que indujo a algunos a creer que se trataba del paujil. Berroa conserva aquí la grafía Pilco, sin la doble “l” con que hoy se escribe oficialmente, como un eco fiel de la toponimia y la pronunciación de su tiempo, cuando aún el sonido y la memoria de los nombres viajaban más por la voz de la gente que por los papeles del registro civil.

La historia dio un nuevo giro tras la batalla de Chupas, el 16 de septiembre de 1542, donde cayó prisionero Almagro el Mozo. El gobernador Cristóbal Vaca de Castro envió al capitán Pedro de Puelles, quien culminó la fundación en el sitio actual. Desde entonces se llamó “León de Huánuco de los Caballeros del Perú”: León, por la ciudad natal de Vaca de Castro; de los Caballeros, por la nobleza de sus pobladores. El título de “Muy Noble y Muy Leal” llegaría en 1556, junto a un escudo renovado con la figura de Francisco Hernández Girón, vencido y encadenado por la garra del león.

Pero el destino fue menos generoso que el título. Epidemias, despoblamiento, migraciones a Lima y la indiferencia de las autoridades minaron su esplendor. En 1748, Antonio de Ulloa la describía como “reducida a poco menos que pueblo de indios”. Y, sin embargo, la ciudad resistió. Como el león de su escudo, sostuvo la mirada erguida frente al tiempo, apoyada en su clima luminoso, su memoria indígena y su trazo colonial que aún conserva rectitud de cordel y plaza.

Monseñor Berroa —quien proclamó al Señor de Burgos como Rey de Huánuco y presidió con acierto la Junta Departamental de la Raza Indígena— sabía que esta tierra no estaba hecha solo de piedras y calles, sino de símbolos: de su fe, de la mezcla de idiomas y de la memoria de los pueblos que la habitaron antes de que una espada y una cruz dibujaran su mapa.

Y así, mientras el calendario marca otro 15 de agosto, vuelvo a ese libro y escucho el eco de las voces que fundaron y refundaron a Huánuco. Pero la campana de este aniversario no suena igual para todos: para algunos es fiesta; para otros, un recordatorio de que 486 años después seguimos atrapados entre el orgullo de lo que fuimos y la costumbre de tropezar con las mismas piedras.

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