
La posibilidad de una reunión trilateral entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump; el presidente ruso, Vladimir Putin; y el mandatario ucraniano, Volodímir Zelenski, ha generado una oleada de especulaciones y tensión diplomática en los círculos internacionales.
La cumbre, que supuestamente se celebraría en Alaska a finales de agosto, fue anunciada de manera informal por Trump durante un mitin en Ohio, sin confirmación oficial por parte de los gobiernos involucrados. Mientras la Casa Blanca guarda silencio, medios estadounidenses y europeos señalan que Putin estaría imponiendo las condiciones del encuentro, incluyendo la agenda, el lugar y los términos de participación.
Fuentes cercanas al Kremlin afirman que Rusia busca utilizar la reunión como una plataforma para legitimar sus avances en Ucrania y presionar por el levantamiento de sanciones. Por su parte, Zelenski ha expresado públicamente que no asistirá a ninguna negociación que implique concesiones territoriales, aunque no ha descartado participar si se garantiza un marco de respeto a la soberanía ucraniana.
Analistas internacionales advierten que el desequilibrio en la preparación de la cumbre —con Putin marcando el ritmo y Trump evitando detalles— podría convertir el encuentro en una herramienta de propaganda más que en una vía real hacia la paz. La Unión Europea y la OTAN han pedido transparencia y coordinación, temiendo que cualquier acuerdo bilateral entre EE. UU. y Rusia excluya a Ucrania de decisiones clave.
Mientras tanto, la comunidad diplomática permanece en vilo, a la espera de una confirmación oficial que defina si esta reunión será un paso hacia la resolución del conflicto o un nuevo episodio de tensión geopolítica.