El arte que estalla como fuego en el cielo: Ricardo Sebastián, herencia viva de Huánuco

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

Hay linajes que no se escriben en los libros, sino que se encienden como bengalas en la noche, iluminando generaciones con el fulgor de una pasión que no se apaga. Conocí a don Ricardo Villodas Doria —el abuelo— cuando los fuegos artificiales eran poesía encendida sobre el cielo de Las Moras. En los años sesenta, setenta y ochenta, su nombre era sinónimo de fiesta, pólvora y arte. No era un artesano común; era un alquimista de luces que convertía la oscuridad en asombro. Cuando partió, en abril de 2004, dejó en su hijo Ricardo Villodas Rosales no solo un apellido, sino una vocación: el arte de emocionar.

Y el legado no se detuvo ahí. Porque cuando el amor entre Ricardo Villodas Rosales y Marleni Sacramento Morales floreció, no solo se unieron dos vidas, sino dos herencias culturales de Huánuco: la de los fuegos festivos y la de los negritos que danzan con alma ancestral. Marleni, hija de don Corino Sacramento Visag, creció entre las tradiciones del Huallayco Vida y el corte de árbol huanuqueño, Av. Alfonso Ugarte y cuadra 18 de Huallayco, donde Huánuco canta sus raíces. De esa unión nació, el 31 de abril de 2004, Ricardo Sebastián Villodas Sacramento, un joven cuya sangre arde con la memoria y la belleza de su pueblo.

Apenas 19 años lleva sobre la tierra, pero ya camina como si su sombra llevara siglos de historia encima. Ricardo no llegó al arte por casualidad: llegó por destino. No lo rodearon galerías ni ateliers, pero sí vivencias. Fue creciendo entre fuegos artificiales y danzas rituales, entre la fuerza del ritmo afroandino y el estallido multicolor de las celebraciones. De ahí nace su sensibilidad. Su vocación es autodidacta, pero su instinto es heredado.

Estudió en el Colegio Parroquial Pillko Marka, donde templó su mirada y su trazo. Desde niño, su cuaderno era ya una promesa. Y hoy, su lápiz es un testimonio. Su arte ha capturado la atención de propios y extraños: lo vi —y no lo olvido— emocionarse con el grupo Alborada de Huánuco durante la X Jornada de Solidaridad Contamos Contigo, organizada por el padre Oswaldo. Mientras los músicos elevaban su canto, él los dibujaba en tiempo real, atrapando en líneas el alma de cada nota. Cuando le sugerí que mostrara su obra a José Carlos Espinoza Alvarado, director de la agrupación, lo hizo sin titubeos. El gesto y el talento conmovieron tanto al grupo que lo invitaron al estreno de María Morenada, su más reciente producción. Y allá fue Ricardo, armado solo con su cartulina y su corazón, para volver a dibujar con la misma precisión con que otros escriben versos o lanzan cohetes al cielo.

Pero lo suyo no se queda en el papel. Ricardo Sebastián es, además, miembro activo de la Cofradía de Negritos Huallayco Vida, donde no solo baila: representa. Cada paso suyo es una reverencia a sus ancestros, una evocación a los tíos José y Luis Sacramento, guardianes de una tradición que él ha decidido honrar no solo con movimiento, sino también con cine.

Porque sí, este joven artista plástico quiere contar historias con imágenes en movimiento. En una tarde que no olvido, me invitó a su casa y me reveló un proyecto que bosquejaba con la devoción de un orfebre: una película sobre la danza de los Negritos de Huánuco. No era un simple documental. Era una visión. Un llamado a las instituciones públicas y privadas para que apuesten por la cultura, por la memoria, por el arte joven con raíces profundas. Quedé conmovido. Y convencido.

Ricardo Sebastián Villodas Sacramento, a sus 19 años, representa lo mejor de Huánuco: pasión, herencia, identidad y proyección. Hoy estudia Educación Básica en la Universidad de Huánuco, desde donde sigue diseñando sueños con la certeza de que el arte educa, transforma y perdura. No busca fama: busca dejar huella. Y la está dejando.

Desde esta trinchera periodística, como cronista y hermano del arte, celebro a este joven que camina entre luces heredadas, danzas ancestrales y trazos visionarios. Que su lápiz siga marcando el rumbo. Que su mirada siga narrando a Huánuco. Que nunca le falte fe, ni papel, ni razones.

Porque Huánuco no necesita milagros. Necesita a sus jóvenes. Necesita a Ricardo.

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