Educación con propósito: responsabilidad social universitaria

Por: Joyce Meyzán Caldas*

 

Desde que comencé a enseñar en la universidad, descubrí que la formación no se limita a impartir contenidos o a evaluar conocimientos. La verdadera educación ocurre cuando el aula se abre al mundo y se conecta con la realidad. En ese proceso, la Responsabilidad Social Universitaria (RSU) ha sido para mí más que una estrategia educativa: ha sido una brújula ética y una forma concreta de transformar vidas. Entender la RSU no como una tarea añadida, sino como parte esencial de la vida universitaria, me ha llevado a replantear mi rol como docente y a buscar experiencias que integren el aprendizaje con la acción social.

El año pasado lideré un proyecto de RSU junto a estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Nacional Hermilio Valdizán. Viajamos a comunidades rurales de Huánuco como Pacapucro y Santa Rosa de Salvia, en alianza con la ONG Islas de Paz, IDMA y el medio universitario Conexión Unheval. Nuestro objetivo fue crear contenido multimedia que promoviera el desarrollo sostenible, visibilizara saberes ancestrales y valorara las prácticas agroecológicas locales. Produjimos documentales, reportajes fotográficos, reels e infografías que difundimos en redes sociales y medios digitales, logrando no solo un alto impacto comunicacional, sino también una transformación profunda en quienes participamos. Los estudiantes fortalecieron habilidades de producción, comunicación colaborativa y periodismo con sentido, mientras que las comunidades reafirmaron su identidad cultural y se posicionaron como referentes en turismo vivencial y emprendimiento local. Fue una experiencia que reafirmó mi convicción: cuando la universidad se compromete con su entorno, el aprendizaje cobra vida.

La RSU es precisamente eso: un compromiso ético de la universidad con su comunidad y su entorno. Va más allá de enseñar e investigar, porque busca generar impacto social y ambiental positivo desde todos los niveles de la institución. Cuando se aplica con coherencia, transforma la cultura organizacional, fortalece la identidad institucional, impulsa la participación y mejora la reputación de la universidad, haciéndola más relevante, atractiva y necesaria. Y, sin embargo, aún son muchas las universidades que no han integrado esta visión de forma transversal. Algunas la reducen a actividades puntuales, perdiendo la oportunidad de convertirla en un eje central de su misión formativa. Esto se debe a la falta de liderazgo, escasos recursos, iniciativas dispersas y ausencia de mecanismos claros para evaluar su impacto.

A nivel internacional, existen ejemplos inspiradores que demuestran lo poderosa que puede ser la RSU cuando se implementa con decisión. La Queen’s University en Canadá integra los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en su gestión, docencia e investigación, con un impacto real en su comunidad. La Hokkaido University en Japón lidera proyectos de sostenibilidad ambiental y tecnologías climáticas. En América Latina, la Universidad Pontificia Comillas en España impulsa el aprendizaje-servicio con estudiantes que colaboran directamente con comunidades desfavorecidas, combinando teoría con acción concreta. En Colombia, la Universidad de Antioquia desarrolla programas de inclusión, bienestar universitario y alimentación saludable, que han tenido un profundo impacto social.

En el Perú también tenemos experiencias valiosas. La Universidad César Vallejo ha ejecutado múltiples proyectos de RSU en salud mental, ciudadanía y prevención, beneficiando a miles de personas. La Universidad del Pacífico y la Antonio Ruiz de Montoya integran la RSU en sus planes curriculares y líneas de investigación. Y a nivel regional, universidades como la Daniel Alcides Carrión han desarrollado proyectos en salud, cultura y desarrollo sostenible adaptados a sus contextos locales. Estos ejemplos muestran que la RSU, bien llevada, se convierte en un verdadero motor de cambio.

Desde mi experiencia, desarrollar proyectos de RSU implica, ante todo, identificar una necesidad concreta vinculada al entorno. Luego, como docentes, nos corresponde guiar la formulación del proyecto con objetivos claros, metodología participativa y una mirada interdisciplinaria. Involucrar a los estudiantes desde el diseño hasta la ejecución es clave, porque fomenta el pensamiento crítico, el trabajo colaborativo y la conciencia social. Además, evaluar el impacto con indicadores reales, tanto cualitativos como cuantitativos, permite visibilizar resultados y mejorar procesos. Así, los estudiantes no solo aprenden contenidos, sino que se convierten en agentes de cambio. Y nosotros, los docentes, también.

La RSU no es solo una herramienta institucional: es una forma de entender la universidad como un espacio vivo, en diálogo con su contexto. Por eso, fortalecerla implica integrarla en la misión, visión y planes estratégicos de la universidad, asignar recursos, articularla con el currículo y promover alianzas con actores sociales. También requiere impulsar la innovación tecnológica, la ética digital y una educación centrada en la justicia, la inclusión y la sostenibilidad.

Hoy más que nunca, la universidad necesita asumir un papel activo frente a los desafíos del siglo XXI. Ya no basta con formar profesionales técnicamente preparados; necesitamos formar ciudadanos íntegros, empáticos y comprometidos. La RSU, cuando se practica con profundidad y coherencia, tiene el poder de transformar no solo la universidad, sino también las comunidades, los territorios y los futuros. Y esa, justamente, es la educación que el país necesita.

 

*Comunicadora, docente universitaria y periodista digital.

@joycemeyzn

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