
Por: Joyce Meyzán Caldas*
En los últimos años, varios estudiantes de universidades peruanas han decidido quitarse la vida dentro de sus propios campus. Cada caso ha estremecido a compañeros, docentes y familias, dejando en el aire preguntas que como país aún no logramos responder: ¿qué falló? ¿qué no vimos? ¿qué más podemos hacer para evitar que la universidad se convierta en un lugar de sufrimiento?
Como docente universitaria, he acompañado a jóvenes que, a simple vista, parecen fuertes y alegres, pero que por dentro libran batallas invisibles: ansiedad, depresión, miedo al fracaso, un cansancio extremo por intentar cumplir con todo. He sido testigo del burnout académico, ese agotamiento que no solo apaga el cuerpo, sino también el espíritu. Jóvenes atrapados entre las notas, los trabajos, las expectativas familiares y una universidad que a veces exige más de lo que acompaña. Y no solo ellos: los docentes también enfrentamos ese desgaste, que puede afectar nuestra capacidad de escuchar, guiar y acompañar.
Una crisis global con rostro local
La crisis de salud mental en estudiantes universitarios no es un fenómeno exclusivo del Perú. A nivel mundial, la pandemia de COVID-19 exacerbó problemas como la ansiedad y la depresión entre jóvenes, afectando su rendimiento académico y bienestar emocional. Según la UNESCO, más del 30 % de estudiantes en educación superior reportaron síntomas de ansiedad y depresión durante este periodo. En nuestro país, factores como la precariedad económica, la desigualdad y la falta de acceso a servicios especializados agravan esta situación.
Además, la virtualidad y el aislamiento social, impuestos por la emergencia sanitaria, profundizaron la sensación de soledad y desconexión, elementos que afectaron directamente la salud mental.
El problema en cifras y en vidas
El suicidio es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2023). En el Perú, el 47 % de los intentos de suicidio corresponde a jóvenes de 15 a 24 años, un grupo que coincide con la población universitaria (RPP Noticias, 2023). Un estudio nacional reveló que el 35 % de los universitarios ha deseado la muerte en algún momento y el 11.1 % ha intentado suicidarse (Peoplecrafter, s.f.). Estas cifras no son datos; son vidas, sueños truncados y familias marcadas para siempre.
Universidades: ¿reacción o prevención?
Tras los casos ocurridos en Lima, varias universidades reforzaron sus oficinas de bienestar, difundieron líneas de ayuda y promovieron campañas contra el estigma. Sin embargo, muchas veces estas medidas llegaron tarde o no lograron calar en la comunidad estudiantil.
La universidad no es solo un espacio para aprender habilidades profesionales. Es un entorno donde los estudiantes conviven con la presión de rendir, las expectativas familiares, y las demandas de algunos docentes que, lejos de ser guías, se vuelven verdugos. A esto se suma la necesidad de muchos jóvenes de trabajar mientras estudian, mantener una familia y un modelo educativo que a veces parece olvidar que el bienestar es tan importante como el rendimiento.
Más allá de los servicios psicológicos
Garantizar servicios psicológicos no es suficiente si no se acompaña de una cultura universitaria que promueva el bienestar emocional. Es necesario fomentar espacios de diálogo, grupos de apoyo entre pares, actividades extracurriculares que ayuden a manejar el estrés y la ansiedad, y formación en habilidades socioemocionales para estudiantes y docentes.
El rol del docente es clave. No solo debe detectar señales de alerta, sino también generar ambientes de confianza a través de tutorías donde los jóvenes se sientan seguros de expresar sus emociones y pedir ayuda.
El burnout docente: un problema silencioso
No solo los estudiantes sufren desgaste emocional. El burnout docente, provocado por la sobrecarga laboral, la presión institucional y la falta de recursos, afecta la capacidad de los profesores para acompañar a sus estudiantes. Una universidad saludable es aquella que cuida tanto a sus alumnos como a su personal académico.
Lo que necesitamos cambiar
Es fundamental que las universidades garanticen que todo estudiante sepa a dónde acudir si se siente mal. Que los servicios psicológicos no sean oficinas vacías ni trámites burocráticos. Que las campañas informativas no se queden en afiches, sino que realmente lleguen a los jóvenes.
También es necesario que las familias comprendan que el éxito académico no puede costar la salud mental ni la vida de sus hijos. La presión excesiva puede ser un gatillo para el sufrimiento emocional.
Finalmente, el Estado y las universidades deben asignar presupuestos específicos para salud mental, con políticas claras y sostenibles que permitan atender esta crisis de manera integral.
Dónde acudir
En la Universidad Nacional Hermilio Valdizán (UNHEVAL), el Centro de Salud Mental Comunitario Universitario Dr. Jesús Virgilio López Calderón ofrece apoyo psicológico y emocional exclusivo para la comunidad universitaria. Si eres parte de esta comunidad y necesitas ayuda, puedes acercarte directamente a sus oficinas o comunicarte al teléfono (062) 460001 para recibir atención especializada.
A nivel nacional, el Ministerio de Salud pone a disposición la línea gratuita 113, opción 5, que atiende las 24 horas del día, los 7 días de la semana, ofreciendo orientación y apoyo en salud mental para toda la población.
Pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de valentía.
*Comunicadora, docente universitaria y periodista digital // @joycemeyzn