Un locro, una calle, un libro: las nostalgias sabrosas de Edmundo Panay Lazo

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

Un día cualquiera, como una semilla que germina sin aviso, recibí una llamada desde Lima. Al otro lado de la línea, una voz querida: pausada, honda, inconfundible. Era la del maestro Edmundo Panay Lazo. Me hablaba desde su hogar en el distrito de Zárate, como quien conversaba desde la ternura, como si el tiempo no existiera entre sus palabras. Me contó que acaba de escribir un nuevo libro: Décimas Huanuqueñas. Todavía sin publicar, todavía sin editorial, pero ya latiendo con la fuerza de la tierra que lo vio crecer.

“Yo mismo hice el prólogo”, me dijo, con esa humildad que solo tienen los grandes. En esas décimas hay retratos vivos de las costumbres huanuqueñas, evocaciones de las serenatas de antaño, versos encendidos al Niño Jesús de Navidad y homenajes entrañables a personajes como Gumersindo Atencia Ramírez, Chachico Rétiz, Demetrio Chamarro y Víctor González Carazas “El Plebeyito”, autor del vals Del Callao a Huánuco . En esos versos no hay ficción: hay memoria. Hay verdad. Hay gratitud.

Pero su obra no empieza ni termina ahí. Panay Lazo es autor de libros que son ya patrimonio de la región: El Carnaval Huanuqueño. Alma de Tradición (2008), donde documenta con maestría la riqueza festiva de Huánuco; A Orillas del Recuerdo (2007), escrito junto a Pedro Lovatón Sarco y presentado en el Museo de la Nación; y El Río en Movimiento , una crónica valiente sobre las luchas descentralistas de los años 70 y 80. A esa lista se suman El libertador Leoncio Prado, Crónicas deportivas, El periodismo deportivo en Huánuco y el poemario Canto a Hurín Huancho. Obras que no solo informan: conmueven, enseñan, nos abrazan.

Por su entrega y su obra, en 2008 recibió la Medalla del Arte y la Cultura del Instituto Nacional de Cultura de Huánuco. Y sin embargo, su mayor distinción es invisible: vive en el corazón agradecido de quienes lo admiramos por su integridad, su lucidez, su manera de escribir con el alma y de decir con el corazón.

A sus 81 años, lleva los achaques de la vida con una serenidad que conmueve. Vive con su esposa Blanca y sus dos hijos, en un hogar donde la palabra nunca se apaga. Recuerda con ternura a su madre, Juana Lazo Zevallos —huanuqueña de noble temple que vivió 94 años—, y a ​​su padre, Rodolfo Panay Muñoz, médico limeño que vivió hasta los 90. Fue traído a Huánuco cuando apenas tenía dos meses de nacido, y allí, entre calles de adobe, prestiños y panaderías de barrio, forjó su mirada sobre el mundo.

“De Huánuco lo recuerdo todo”, me dijo. Pero hay un lugar que se le escapa primero por los labios y se instala de inmediato en los ojos: la cuadra 13 del Jr. Huallayco, su casa de antaño, al lado de la panadería Pinocho. “Ahí comía los prestiños más exquisitos”, confiesa, y uno siente que su infancia no está lejos, sino agazapada en la esquina del recuerdo.

Su historia es también la de un formador de generaciones. Fue docente en el Colegio Nacional Gabriel Aguilar Nalvarte de Cayrán y en el Colegio Nuestra Señora de las Mercedes. Secretario de la Municipalidad Provincial de Huánuco. Maestro de ceremonias en las Fiestas Patrias y en los grandes festivales de la canción que marcaron los años setenta y ochenta en los coliseos Kotosh y 15 de Agosto. Siempre con la palabra precisa, siempre con la emoción a flor de voz.

Yo no fui su alumno en un aula, pero lo considero mi maestro. Porque el periodismo —cuando es limpio, valiente y culto— también se aprende mirando ejemplos. Panay Lazo es de esos periodistas que uno quiere imitar: por su rigor, su lenguaje cuidado, su pasión por la poesía y su inmenso amor por la cultura.

Y aquí es donde la historia se vuelve aún más personal. Tenía diez años cuando participé en un concurso de declamación organizado por la Casa de la Cultura de Huánuco en 1977. Recité el poema Canto a Huánuco, una pieza profunda que brotó de la inspiración de mi padre, el querido y recordado Abelino Chávez Dueñas. Gané. Y el maestro de ceremonias fue él: Edmundo Panay Lazo. No sabíamos entonces que los caminos de la vida nos reunirían más tarde, en una amistad hecha de respeto, admiración y cariño. Cuando se lo conté por teléfono, su voz se quebró apenas: “Es un bonito recuerdo”, me dijo, y el tiempo se detuvo.

Como si no fuera suficiente gratitud, él mismo fue quien me pidió que no cambiara el nombre de mi programa de radio De Cantos, Calles y Campos. “No lo toques —me advirtió con esa voz que ya es parte de mí—, es un buen nombre, significa todo”. Porque él entiende que los nombres también son canciones, y que hay cosas que no deben tocarse porque son sagradas.

El maestro Edmundo Panay Lazo ama Huánuco hasta en su sabor. “Todo lo que es de Huánuco es delicioso”, me dijo. Y su favorito es el locro de gallina. El mismo que humea en las cocinas del alma y que, como sus libros, alimenta más que el cuerpo.

Hoy, tiene varios libros en espera de ver la luz. No escribe para la gloria, ni por ambición. Escribe porque sabe que la palabra puede salvarnos del olvido. Porque su vida ha sido un largo poema dedicado a su tierra, a su gente, a la belleza de lo que somos cuando recordamos de dónde venimos.

Y si alguna lágrima cae al escribir esto, no es tristeza. Es la emoción de saber que en medio de este mundo fugaz y ruidoso, hay hombres como Edmundo Panay Lazo: maestros verdaderos, poetas de la vida, guardianes de la memoria.

Leer Anterior

22.04.2025

Leer Siguiente

Unas y Municipal avanzan a la etapa provincial de la Copa Perú en Tingo María