
Por: Jorge Chávez Hurtado
Martes 5 de marzo, víspera del Miércoles de Ceniza. La ansiedad y la emoción colmaban la Alameda de la República mientras aguardábamos el colectivo que nos llevaría a Tambogán, un pueblo de raíces profundas donde la historia cobra vida a través del Carnaval del Tinkuy. Esta celebración, declarada Patrimonio Cultural de la Nación, es mucho más que una festividad: es una evocación vibrante de la memoria y la identidad de los pueblos de Tambogán y Utao, en el distrito de Churubamba, Huánuco.
El viaje de una hora y diez minutos nos condujo a Tambogán, donde la plaza central resplandecía con la presencia de un imponente monumento: una pareja de danzantes ataviados con los tradicionales trajes del carnaval y portando las emblemáticas naranjas. Era un símbolo tangible del orgullo con el que este pueblo atesora su legado cultural. A un costado, la histórica iglesia se erguía como testigo silente de generaciones que han perpetuado esta manifestación.
El Carnaval del Tinkuy, con más de dos siglos de historia, es una expresión de resistencia y memoria. A las 2:30 p.m., los danzantes hicieron su aparición en la plaza, iniciando su recorrido acompañado por la música festiva. Primero ingresaron los varones por una de las calles que confluían en la plaza, mientras que las mujeres descendieron por una escalera de piedra y tierra que conectaba con la calle alta denominada Centenario. Al encontrarse frente a frente en la plaza, la energía del encuentro se hizo palpable. Danzaban con cadencia, las mujeres exhibiendo sus faldas de color negro, blusas blancas, ponchos y las naranjas cruzadas sobre el pecho. Tras una breve estancia en la iglesia, volvieron a la plaza en un recorrido que evocaba la conexión con sus antepasados. El ambiente se colmó de talco, risas y aplausos.
La escenificación de la batalla del Tinkuy inició con la danza. Las mujeres, representando a los patriotas peruanos de la batalla de 1812, avanzaban con fuerza rítmica, mientras que los varones, encarnando a los españoles, respondían con igual vigor. En un intercambio frenético, las naranjas surcaban el aire como proyectiles simbólicos. Los espectadores, contagiados por la pasión del enfrentamiento, también participaban en la lúdica refriega. Finalmente, ambas partes tomaron prisioneros, con un “muerto” por el lado de los varones. Al finalizar la confrontación realizaron el intercambio de prisioneros y se procedió a la lectura de las actas de la «batalla».
El jala soga, otra de las tradiciones arraigadas, se llevó a cabo con una cuerda de 250 metros de longitud. Varones y mujeres midieron fuerzas entre la parte alta y baja de la calle, entre el eco de la música y la nube de talco que flotaba en el aire. Como dicta la tradición, las mujeres resultaron vencedoras, reafirmando el espíritu de resistencia que caracteriza su papel en esta festividad.
La jornada culminó con el corte de siete árboles adornados con regalos, en medio de la algarabía del público. Alrededor de las siete de la noche, emprendimos el regreso a Huánuco, junto a cientos de visitantes que se despedían con la promesa de volver. La carretera serpenteante nos devolvía a la ciudad, mientras en nuestra memoria quedaban grabadas las imágenes de un pueblo que, a través del Tinkuy, mantiene viva su historia.
El Ritual de la Cruz y la Víspera del Carnaval
Las festividades del Carnaval del Tinkuy comienzan días antes, con un conjunto de rituales que reafirman el carácter sagrado de esta celebración. El domingo 2 de marzo, el Tesorero Mayor, junto con el escribano y regidor de la iglesia, además de las autoridades locales, presiden la ceremonia de la cruz. Esta es adornada con flores autóctonas y llevada en procesión hasta Cruz Jirka, donde se planta un árbol de aliso engalanado con colchas y otros presentes. Ahí, la música de arpa y violín enmarca el primer baile y el corte del árbol, preludio del carnaval.
El lunes 3 de marzo, las autoridades y pobladores recorren Capillapampa, San Juan Cruz y Gagamayo, donde realizan el primer jala soga, simbolizando la lucha entre peruanos y españoles. En San Juan Cruz, los mayordomos obsequian generosamente duraznos cosechados en la zona. Luego, en Capillapampa, se corta otro árbol y el recorrido culmina en la plaza de Tambogán, donde se plantan los árboles que escoltarán la fiesta central.
Por la noche, se inicia la visita a los mayordomos y autoridades, en una ceremonia que se prolonga hasta la madrugada. Se degustan cafés de Cascay y Churubamba, acompañados por el tradicional pan de chacra. El aguardiente también es parte de la ofrenda. A las cuatro de la mañana, el Shuntanakuy reúne nuevamente a las autoridades, danzantes y músicos en un peregrinaje nocturno que culmina a las once de la mañana del martes 4 de marzo.
La promesa de un retorno
Cada viaje a Tambogán refuerza el compromiso de retornar. Esta festividad no solo es una expresión cultural, sino un acto de resistencia histórica y de reafirmación de identidad. El Carnaval del Tinkuy es un testimonio de que la memoria de los pueblos trasciende el tiempo, enraizada en la danza, la música y la pasión de su gente. El próximo año, la historia volverá a escribirse en las calles de Tambogán y Utao, y una vez más, seremos testigos de su grandeza.