Agüita: el canillita que sigue caminando en un mundo que lo olvida

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

Cuando la mañana despierta en las calles de Huánuco, entre el aroma del pan fresco y el bullicio de una ciudad que cobra vida, una figura conocida emerge como parte de su paisaje. Allí está Nicanor Guillermo García Rivera, mejor conocido como «Agüita», con sus periódicos bajo el brazo y una mirada que guarda décadas de historias, sacrificios y soledad.

Su caminar es pausado, como si cargara en cada paso el peso invisible de los años. Sus manos, curtidas por el sol y el esfuerzo, son testigos de una vida dedicada a un oficio que agoniza en el mundo moderno: el de canillita, aquel humilde vendedor de diarios que alguna vez fue el vínculo entre las noticias y la esperanza de las personas.

Pero detrás de esa figura sencilla hay una historia que duele, conmueve y, sobre todo, enseña.

 

Una infancia marcada por la ausencia

Nicanor nació el 10 de enero de 1957 en el distrito de Jircán, Huamalíes. Afirma que su llegada al mundo estuvo marcada por el vacío de un padre ausente, cuyo nombre ni siquiera quedó en su memoria. Su madre, doña Elena Rivera Medrano, fue su única luz, su faro en medio de la tormenta de una vida humilde y dura.

“Ella lo fue todo para mí”, dice Nicanor, con la voz entrecortada por el recuerdo. En la casa de una tía en el jirón Progreso, él y su madre tejieron una relación de amor incondicional, un refugio cálido en medio de la pobreza. Pero la vida, siempre dura con los más frágiles, pronto le presentó su primera batalla: Elena empezó a perder la vista debido al glaucoma.

Tenía apenas 13 años cuando Nicanor tomó una decisión que cambiaría su destino: abandonó la escuela para vender periódicos. Fue su manera de decirle al mundo que el amor por su madre era más grande que cualquier sacrificio.

 

El vendedor de sueños

Los años setenta vieron a un joven Nicanor recorrer las calles de Huánuco con un fajo de periódicos que parecía más grande que él mismo. Era un tiempo en que las noticias se leían en papel, y los diarios eran el nexo entre la ciudad y el mundo. Vendía El Comercio, Ojo, El Observador, Última Hora, La Crónica, La Prensa, Extra, El Nacional, Expreso y revistas que dibujaban sonrisas infantiles como Condorito.

Con cada ejemplar que entregaba, Nicanor no solo repartía noticias, sino también sueños, alegrías y, a veces, consuelo. Su apodo, «Agüita», nació en esos años, inspirado en un poema que recitó para su progenitora en el Día de la Madre. Aquellos versos aún resuenan en su memoria:

«Agüita clara de la quebrada,
lava las penas de mi mamá”.

Aquel niño que recitaba versos para arrancar sonrisas de su madre jamás imaginó que ese nombre lo acompañaría toda la vida, como un recordatorio constante de su amor infinito por ella.

 

Un amor eterno

La mayor tragedia en la vida de Nicanor llegó en 1992, cuando su madre partió a los 82 años. La casa quedó vacía, y con su partida, el mundo de Nicanor se llenó de un silencio insoportable. “No hay día en que no la recuerde. Sueño con ella y despierto llorando”, confiesa, con los ojos húmedos de añoranza.

Desde entonces, ha vivido solo. Su hogar es un cuarto sencillo donde el eco de los recuerdos es su única compañía.

Hoy, con 68 años, Nicanor sigue recorriendo las calles. Pero el mundo ha cambiado. La era digital ha relegado los periódicos a un rincón olvidado, y las ventas han caído drásticamente. Con suerte, vende 130 ejemplares al día y apenas consigue 30 soles para sobrevivir. Su salud también se ha deteriorado; el glaucoma que cegó a su madre ahora amenaza con apagar su propia visión.

 

Un héroe de corazón grande

A pesar de todo, Nicanor sigue caminando. Las calles, los niños jugando y el saludo de los transeúntes se han convertido en su familia. «Los niños son como mis hijos. Aunque no tuve una familia propia, ellos me dan fuerzas para seguir adelante”, dice con una sonrisa melancólica.

En un mundo que parece avanzar sin mirar atrás, él es un testimonio de resistencia, de amor puro y de sacrificio silencioso. «Agüita» ha intentado acceder al programa Pensión 65, pero hasta ahora no ha recibido respuesta. Mientras tanto, continúa llevando noticias, caminando despacio, pero firme, como un símbolo de perseverancia en un tiempo que parece no tener espacio para los héroes invisibles.

 

El eco de su historia

En su caminar solitario, Nicanor es más que un vendedor de periódicos. Es un poeta de la vida, un guardián de los valores que el tiempo no debería borrar. Su historia es una invitación a detenernos, a mirar a quienes nos rodean y a recordar que, en medio de la prisa, existen vidas que merecen ser admiradas.

Y mientras el sol se oculta detrás de los cerros de Huánuco, «Agüita» sigue su ruta, llevando no solo noticias, sino también el peso de un amor eterno, el sacrificio de una vida y la esperanza de que alguien, en algún lugar, recuerde su nombre.

 

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