
Nunca es tarde para estudiar. Un claro ejemplo es Idalia Romero Beraún, usuaria del programa Juntos del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis), quien a sus 51 años de edad tomó la decisión de aprender a leer y escribir. ¡Y vaya que lo logró!
Idalia nació en diciembre de 1971, en el distrito de Huácar, provincia de Ambo. Al cumplir los seis años no pudo comenzar sus estudios, a pesar de sus ganas de aprender. Era la década de los setenta y por entonces no había una escuela en su comunidad.
A mediados de 1984, como muchas familias de la sierra, migró a la selva y junto a su pareja se estableció en una chacra del distrito de Luyando en la provincia de Leoncio Prado, donde construyó una pequeña vivienda y empezó a cultivar frutales.
Su ingreso a Juntos ocurrió en el 2014, cuando su familia más lo necesitaba. Su esposo había dejado de trabajar por problemas de salud y ella con las justas se daba abasto para atender su casa y a su hija recién nacida. “El apoyo que Juntos nos dio, cayó como del cielo”, recuerda.
En la actualidad, Idalia Romero vive con sus hijos Teddy y Alegría: él está próximo a culminar sus estudios secundarios y ella cursa la primaria.
Para poder sostenerse, Idalia instaló un puesto de frutas en el sector 51 de la carretera Fernando Belaúnde Terry, que, con los años, se ha convertido en un punto fijo para viajeros y pobladores, que llegan para comprar plátanos, piñas, papayas y naranjas.
Idalia nunca perdió la esperanza de estudiar, pero las carencias, el trabajo, el hogar y la vergüenza, fueron siempre un obstáculo difícil de superar. Hasta que en marzo del año pasado su hija le pidió ayuda para hacer su tarea y ella no pudo. “Me sentí muy mal, cómo era posible que no pudiera ayudar a mi hija. Entonces me decidí”, asegura.
El gestor de Juntos fue importante por su aliento y un día, como caída del cielo, una profesora llegó a comprar frutas a su puesto y al enterarse de su situación la invitó a asistir a clases en el colegio Gómez Arias Dávila de Tingo María, donde ella enseñaba. “Ya habían comenzado las clases, pero me dijo que fuera, que aún podía matricularme”, evoca.
Recuerda que los primeros días tuvo que vencer la vergüenza y el miedo que sentía por estudiar a su edad y porque quienes estaban allí eran jóvenes que sabían más, pero poco a poco fue habituándose y ahora es feliz de aprender, superarse y poder recuperar todo el tiempo perdido, sin vergüenza y con la frente en alto.
“Estar en clases me emociona bastante. Es mágico aprender lo que significan las palabras y números. Pronto espero leer y escribir a la perfección”, señala Idalia, quien asiste a clases los viernes, sábado y domingos, cumpliendo 16 horas de clase en total a la semana.